sábado, 10 de mayo de 2014

Incluso la mujer que inventó el Día de las Madres odiaba la fecha por su consumismo desbordado


La Madre es, fuera de toda duda, un símbolo poderoso, no siempre con los mejores efectos sobre la psique o la cultura pero importante en todos los casos. En algún momento de la historia de la humanidad, la fertilidad de la mujer se equiparó con la fertilidad de la tierra y ambas se veneraban como divinidades, a veces sintetizadas en una sola, como paradigma de la generación y sustento de la vida.
Con el tiempo, sin embargo, y en buena medida a causa del avance del sistema patriarcal, la Madre pasó a un segundo plano, quizá todavía venerada pero al mismo tiempo relegada a las alturas de un altar, marginada de la vida activa y las decisiones comunes. Entonces, para compensar, alguien inventó el Día de las Madres, por considerar que no se les reconocía como era debido.
Ese alguien, al menos en Estados Unidos, fue una mujer, Anna Jarvis, un personaje un tanto enigmático que tuvo la ocurrencia de organizar en una iglesia metodista de West Virginia el primer Día de las Madres de la historia, en 1908. Al comprobar el éxito de su convocatoria, Jarvis se apresuró a escribir y enviar unas cuantas cartas e impulsar así una campaña nacional de celebración materna a través de gestos simples pero emotivos: regalar un clavel blanco a tu madre, visitarla o acudir a la iglesia.

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