Pasaron años, lustros, décadas… Murieron decenas, cientos, miles de mujeres denunciando a gritos o en silencio, con el cuerpo o con la letra, su derecho a la igualdad, su licita intención de hacerse pares, ajustadas a ese nudo entre la libertad y la predestinación. Mujeres que quebraron la concepción de destino que marcaba sus vidas.
Todo y tanto para encontrarnos, con alarmante frecuencia, a la vuelta de la esquina, con la escena arquetípica, primaria, de la “fragilidad” femenina como modo de entrada directa en el alma masculina, en la figura de la mosquita muerta.
Veamos su entomología
La mosquita muerta es un insecto parasitario cuya apariencia pequeña e inofensiva (por eso el diminutivo) esconde su enorme capacidad destructiva y su predilección por hacer estragos sobre todo lo cultivado. Su actividad se desarrolla sobre el cuerpo del otro a través de la inoculación de “mielcita” (algo muy dulce, sutil y estéticamente delicado). Por su apariencia y por su estado de inmovilidad, parecería no ser capaz de hacerle daño a nadie pero no tiene límites a la hora de conseguir sus objetivos, porque le va la vida en ello.
No tan lejos de la insectología como parece, y volviendo a nuestro caso, decimos que la mujer mosquita muerta es aquella amiga nuestra, generosa… Siempre y cuando no aparezca un hombre apetecible a cien kilómetros a la redonda. Por lo tanto, es muy recomendable, si nos toca tener a algún especimen de esta calaña como amiga y deseamos conservarla, no compartir actividades que las incluyan, ya que toda forma de código de honor entre seres humanos desaparecerá de inmediato de su escala de valores.
Respecto de su modus operandi, la mosquita muerta es aquella que, si estamos en grupo y aparece un hombre nuevo, propondrá invitarlo a cenar y no parará de decirle –en lo posible entre susurros y al oído- que la salsa que tanto le gusta a él la preparó, por supuesto, ella.
Es la misma que, después de enamorarnos todas del susodicho -que es un odontólogo de lo más buen mozo-, dirá que sólo le parece bárbaro como amigo y nos dejará la cancha libre. Sin embargo, inexorablemente, la amorosa mosquita muerta tendrá… ¡Un súbito dolor de muela!
El test de la mosquita: respondé sí o no
* En cada ocasión en la que hay que declarar intereses, reconocer intenciones o defender deseos, ¿te hacés la tonta?
* ¿Pretendés hacerte la buena siempre que tus amigas lo requieren y luego, inocentemente, cambiás los planes?
* ¿Justo te dio bolilla el canditato que le gustaba a tu mejor amiga?
* ¿Cuándo estabas por irte de la casa de tu amiga para dejarla a solas con su cortejante te bajó la presión y tuviste que ser atendida por él que, casualmente, es médico?
* ¿Alguna vez le prometiste a tu hermana ese vestido de noche que tanto le gusta y, complicada con miles de cosas, te olvidaste?
* ¿Ante las denuncias de los demás frente a tus conductas respondés “no me di cuenta”, “no fue mi intención” o “no lo hice con premeditación?
Si tus respuestas son, mayoritariamente, “sí” pertenecés al grupo de insectos denominado “mosquita muerta”. Te hacés la tonta, te hacés la buena, te hacés la chiquita, te hacés la muerta, pero sos tan molesta e intrusiva como toda mosca que se precie de tal. Lamentablemente para tus compañeras de género, estarás rodeada de candidatos atrapables, dado que tus cualidades se acoplan de maravillas con el ingenuo narcisismo masculino.
Si no lo sos, pero conocés a alguien así, qué te podemos decir…
Adriana Arias es Licenciada en Psicología, especialista en sexualidad humana y psicodramatista. Es la coatura (junto a Cristina Lobaiza) del libro "Bichos y bichas del cortejo", Ed. Del Nuevo Extremo, de donde se extrajo la información y el test de esta nota.