El primero en ser atacado y el primero en morir fue Alfredo Antonio, el
niño más pequeño, quien fue agredido mientras dormía en su cama. Claudia
Mijangos se apoyó sobre la cama del niño, lo tomó de la mano izquierda y
a nivel de la articulación de la muñeca, le ocasionó la primera herida.
El niño, al sentirse herido, realizó un movimiento instintivo de
protección, pero su madre siguió cortando; lo hizo con tal frenesí que
le amputó por completo la mano izquierda. El niño gritaba de dolor y
terror. Su madre le trató de cortar entonces la mano derecha; casi
consiguió arrancársela también. Después le propinó una serie de
cuchilladas hasta matarlo; ya muerto, siguió hundiendo el cuchillo
muchas veces más.
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La recámara de Alfredo |
Claudia Mijangos cambió de cuchillo; había decidido utilizar uno
diferente con cada uno de sus hijos. La segunda en ser atacada fue
Claudia María, de once años, quien fue apuñalada seis veces. Herida de
muerte y con los pulmones perforados, la niña aún alcanzó a salir del
cuarto tratando de protegerse. “¡No mamá, no mamá, no lo hagas!”,
gritaba. Los alaridos de dolor y desesperación fueron tan fuertes, que
los vecinos se despertaron. Pero decidieron no intervenir. Claudia tomó
entonces el tercer cuchillo y apuñaló en el corazón a su hija menor Ana
Belén, de nueve años, quien no opuso mucha resistencia.
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La recámara de las niñas |
Después bajó las escaleras corriendo en busca de la agonizante
Claudia María, quien se había desmayado, boca arriba, sobre el piso que
dividía la sala del comedor. Volvió a apuñalarla. Luego la arrastró
hacia la planta alta y colocó su cuerpo inerte en la recámara principal,
junto con sus hermanos. Los apiló sobre la cama King Size como si
fueran leños, uno encima del otro, y los cubrió con una colcha de color
naranja con adornos blancos. Limpió dos de los cuchillos, tomó el
tercero y se hizo cortes en las muñecas y en el pecho, tratando de
suicidarse. Verónica Vázquez, amiga de Claudia, llegó por la mañana. Tocó y le
abrió Claudia, con la ropa empapada de sangre y la mirada extraviada.
Verónica entró a la casa, pues supuso que su amiga había sido atacada.
Luego vio los cadáveres. Claudia desvariaba, diciendo que los niños se
habían llenado de ketchup. Verónica salió huyendo; el olor de la sangre era insoportable. Llamó a la policía de inmediato. Cuando los agentes llegaron, ingresaron a la fuerza. El interior de
la casa parecía el escenario de una película de horror. El piso de la
sala y las escaleras que iban hacia la planta alta estaban manchados de
sangre, al igual que el pasillo entre la recámara principal, la recámara
del pequeño Alfredo, la recámara de las niñas y el baño.
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La casa, la noche del crimen |
A un lado de los niños estaba el cuerpo de Claudia. Su ropa también
estaba manchada de sangre. Tenía los ojos entreabiertos. En la esquina
de la recámara, sobre un sillón, había dos cuchillos de cocina, uno de
41 centímetros y el otro de 33 centímetros, ambos con cachas de madera
en color café, limpios. Un tercer cuchillo, de 31 centímetros, se halló
en la recámara de las hermanas Claudia María y Ana Belén, caído sobre la
alfombra y lleno de sangre desde la junta hacia la parte media de la
hoja.
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El sillón con los cuchillos |
Los policías pensaron que la mujer también estaba muerta, pero el
comandante Adolfo Durán Aguilar le buscó el pulso en el cuello y
descubrió que todavía estaba viva. Llamaron a la Cruz Roja; la
trasladaron al Hospital del Seguro Social, situado en la avenida 5 de
Febrero esquina con Zaragoza. “Mis niños están dormidos en la casa”,
declaró Claudia Mijangos cuando despertó en el hospital, ante las
preguntas de la agente del Ministerio Público Investigador, Sara
Feregrino Feregrino. “Yo quiero mucho a mis hijos, son niños muy buenos y no son traviesos”.
La asesina estaba sedada y amarrada de pies y manos. Se le tomó su
primera declaración el 27 de abril de 1989 a las 11:30 horas, tres días
después de que masacrara a sus tres hijos.
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Los cadáveres |
Luego añadió más cosas, responsabilizando del crimen al sacerdote al que supuestamente amaba: “El
padre Ramón me hablaba telepáticamente, él influyó para que me
divorciara, pero como mi madre era un freno moral para que me uniera a
él, el padre Ramón con maleficios mató a mi madre, como me sigue
trabajando mentalmente para poseerme y también mi marido quiere regresar
conmigo y me trabaja mentalmente, fue tanta la presión que me
descontrolé”. Después, cambió su declaración y dijo que no se
acordaba de nada, que la había despertado su amiga que tocaba a la
puerta de su casa y que después la habían trasladado al hospital.
Hablaba de sus hijos como si estuvieran vivos.
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El vestido de Claudia Mijangos, empapado en sangre |
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Cortesía de Bellota |