La desilusión y las dificultades de los jóvenes emigrantes atrapados en
la frontera entre México y E.U. los llevan a buscar una vía de escape:
la heroína.
“Son jóvenes, son chavos y se ven como viejitos, arrugados y
encorvados; pero en cuanto se inyectan su dosis de heroína, reviven,
rejuvenecen, se abren como flores, se ven vivos y hermosos. Cuando pasa
el efecto, regresan a su estado de zombis, de muertos en vida”, dice German Canseco ante un grupo de personas, mientras mostraba las diapositivas tomadas en un picadero, en Tijuana, en la frontera norte.El fotógrafo ha reflejado la dura realidad que rodea a la adicción de esta droga dura.
El
público está paralizado, electrizado y quien escribe estas líneas no
sabía qué era más crudo: las imágenes o las palabras de Canseco. “Estos
adictos, en su mayoría, son inmigrantes. Intentaron ir a Estados Unidos
en busca de una vida mejor; los hay de todos los países. Intentaron
cruzar la frontera una y otra vez sin lograrlo. No sé cómo cayeron en el
consumo de heroína y se fueron para abajo. Ya no salieron”.
Las fotos que no queremos ver
Las
fotografías de Germán son desgarradoras, testimonio de la desesperanza y
el dolor. “Quien prueba la heroína por primera vez, encuentra el placer
más extremo, mayor que cualquier orgasmo. Regresas por más para
sentirte bien, pero poco después, si no te inyectas, te pones mal.
Cuando dependes de la heroína, ya no la tomas para disfrutar, sino para
no sentirte mal. El síndrome de abstinencia es
terrible: te dan calambres, vómito, temblores, dolores insoportables. Te
pasa todo lo malo. Pasas muy pronto del paraíso al infierno”.
Alguien del público congregado pregunta al fotógrafo: ¿Y esas heridas que tienen los adictos?
Germán
respnde: “La heroína que se vende a esta gente es de muy mala calidad,
rebajada con porquería y media, desde chocolate hasta aceite para
coches. La mala heroína se queda en el músculo, se forma una bolita y se
hace costra. Cuando la costra se cae, te queda un hoyo”.
¿Los adictos te dejaron sacarles fotos sin ningún impedimento?, pregunta otro de los presentes. “Llegué allí gracias a Patricia Dávila,
la periodista que me conectó con una organización no gubernamental que
me llevó al lugar. Allí, tuve que convencer a los adictos para que me
permitieran sacar las fotos que ahora ven”.
¿Qué les dijiste?
“Que
ellos son personas, que deben ser tratados con dignidad, que son
enfermos y no delincuentes. Les dije que mi trabajo periodístico no era
con ánimo de lucro por su desgracia sino para crear una consciencia del
problema. Finalmente aceptaron. Me fui a un rincón y desde ahí saqué las
fotos, sin que notaran mi presencia. Me volví invisible. No usé el
flash para no molestar en lo más mínimo”.
Si no sale en la tele no existe
Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, tiene el índice de consumo de heroína más alto en todo México.
Muchos jóvenes mueren víctimas de la violencia, pero también por
sobredosis y enfermedades contraídas al pincharse con hipodérmicas
contaminadas con hepatitis C y VIH-SIDA.
German resume la situación como si fuera un epitafio: “En Juárez, es más fácil conseguir una dosis de heroína que un empleo”. El dramatismo que emanaban las fotos se hacía aún más denso debido a que la sala se encontraba totalmente a oscuras.
De
pronto apareció ante nosotros una joven a quien le inyectan su dosis en
el cuello. La expresión de ella es incierta ¿Dolor? ¿Placer?. Canseco
nos aclaró: “muchos de los adictos tienen tan lastimadas sus venas y
arterias de brazos y piernas que tienen que buscar otras zonas como
cuello, pene y labios vaginales”.
Esa frase cayó como un balde de agua helada.
El
fotógrafo continúa y dice que “lo único que tienen esos enfermos es la
cristoterapia, es decir, las diversas iglesias que los ponen a rezar
hasta que se les quite la adicción. Y el gobierno federal les ofrece
metadona. Para esta última tienes que esperar en plena la calle, a
cuarenta grados a la sombra, a la vista de todo mundo para que te vendan
otra droga que sustituya a la heroína, pero que es más cara. No tiene
sentido. La gente prefiere comprar su heroína.
Y para acabarla de
amolar, el gobierno federal piensa que esos problemas los solucionas
enviando miles de soldados. La policía va arrestando gente inocente. Si
eres joven y tienes un tatuaje, te levantan, te desaparecen. La policía
debe cumplir con una cuota de arrestos diarios para demostrar que el programa de seguridad ciudadana está funcionando”, cuenta el fotógrafo.
Nada que ver con la ley
En
muchos lugares de México la autoridad es conocida por los abusos de
poder que ejercen. Germán Canseco nos confiesa, “tardé mucho tiempo en
ganarme la confianza de los adictos en los picaderos. Lo más importante
fue dejarles claro que yo no tenía nada que ver con la ley, es decir,
con militares o policías. Ellos son muy violentos. Por ejemplo, en
Ciudad Juárez, está prohibido para los hombres vestirse de mujer. Los
travestis viven escondidos. Si los sorprenden, los envuelven en mantas
para darles tremendas golpizas y que no queden marcas, eso si tienen
suerte: Lo normal es que desaparezcan. En todas las desapariciones
forzadas en México, el Estado está metido y tiene una responsabilidad
por acción y omisión”, concluye Canseco.
Germán Canseco publicó sus fotos en el libro Hecho en Juárez cuyo texto fue escrito por el dramaturgo y periodista Vicente Leñero.
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