Los electrodos conectados al cerebro no mienten: un televisor, un botón y un gorro con sensores que transmiten la actividad eléctrica hacia una computadora son suficientes para identificar las regiones cerebrales que se activan cuando un individuo recibe un mensaje político. “No hay posibilidad de mentir”, asegura el neurofisiólogo clínico Jaime Romano.
Las mediciones neurológicas permiten saber exactamente qué piensa la gente, sin dar margen a que se mienta. Una persona que se diga liberal seguramente tendrá reacciones cerebrales que coincidan con su postura política… o no: hay quienes presionan su discurso para mostrarse más liberales de lo que realmente son, y aquellos que se autodenominan conservadores, quizá no lo sean tanto.
Como director de Neuromarketing, el Dr. Romano acepta usar la tecnología que su empresa aplica al análisis de funciones mentales vinculadas con la intención de compra o la toma de decisiones, a una muestra representativa de mexicanos. Titulado “El cerebro político del mexicano“, el objetivo del estudio será conocer la respuesta neuronal de votantes ante dos spots televisivos del Instituto Federal Electoral que invitan a votar en las próximas elecciones del 1 de julio.
El voto se siente.
El estudio de Kanai propone que los conservadores, en donde domina el tamaño de la amígdala, son más sensibles al miedo. Nicolás Sarkozy usó una unidad de investigación de neuropoütica para el impacto de sus iniciativas.
La neuropolítica va más allá de los estudios de intención de voto que por años ocupó a la psicología, la sociología y la ciencia política. Hoy, la posibilidad de escanear el encéfalo y seguir la trayectoria neuronal de una señal desde que se escucha o se ve algo, e identificar hasta dónde llega esa información, permite conocer qué regiones se activan frente a una decisión política.
Como resultado de la evolución, el cerebro tiene tres niveles que funcionan interconectados: el reptiliano o instintivo, formado hace 500 millones de años donde se organiza el comportamiento rutinario; el límbico o emocional, donde se activan el miedo, el aprendizaje y los llamados reflejos viscerales o emociones, y por último, el córtex o cerebro pensante, que es la parte más evolucionada del cerebro humano. Las preferencias políticas pasan por los tres…
Los liberales, sin embargo, tienen una corteza cingulada anterior de mayor tamaño que les permite ser más tolerantes a la incertidumbre y el conflicto. Barack Obama se ha referido al “lado reptiliano” del cerebro como la fuente de prejuicios que condicionan al electorado.
El voto, sin embargo, es más parecido a una superstición, explica César Monroy, director de Investigación y Desarrollo de Neuromarketing, especialista en psicología y neurociencias. La psicología electoral llegó a sospechar que se elegía a un candidato por la situación de bienestar que este proyectaba por medio del lenguaje no verbal y de los valores que conectaban con el votante. En los años ochenta, las neurociencias comprobaron que el voto no era una decisión racional, fría y calculada, sino una decisión heurística, basada en métodos no rigurosos como el tanteo o las reglas empíricas. Ante las urnas, el votante evoca recuerdos, miedos, temores y satisfacciones; la aparente decisión “racional” de cruzar una boleta, en realidad solo refleja un sentimiento de aversión o aprecio por un candidato. Más fácil, dice Monroy: “Cada quien actúa como le ha ido en la feria“. Es una elección que se alimenta de creencias que pueden ser ciertas o no. Al igual que en las supersticiones, estas tienen un peso simbólico que sustenta decisiones concretas, a pesar de la irrealidad o falsedad de esas convicciones.
El voto se ejerce desde los valores morales guardados en los “marcos” o metáforas que los circuitos neuronales de cada individuo han construido. Cuando los hechos no encajan en esos marcos, se ignoran a nivel inconsciente. Esto explica por qué hechos concretos –como descubrir que los políticos mienten o son ignorantes y corruptos– no modifica la intención de voto. En su ensayo “Neurociencias y democracia“, el consultor español de neurociencias aplicadas Néstor Braidot señala que los registros emocionales son más importantes que el escrutinio racional de las propuestas políticas de los candidatos. Monroy agrega que estas asociaciones inconscientes basadas en experiencias son conexiones incluso más veloces que el análisis consciente de una información, pues el cerebro racional tarda en promedio cinco días en procesar datos nuevos. “Esto es muchísimo tiempo”, subraya. Especialmente si se compara con los 300 milisegundos que tarda el cerebro en procesar una idea acorde con sus creencias o no.
Liberales versus conservadores.
En la última década, las neurociencias comenzaron a desentrañar si las inclinaciones políticas tenían un componente biológico, y todo indica que así es. Monroy explica que los encéfalos de las personas conservadoras registran mayor actividad en la corteza cingulada anterior; en cambio, los liberales presentan mayor actividad en la amígdala, una región ligada al sistema de recompensa.
La actividad de la corteza cingulada anterior, relacionada a la alteración de respuestas habituales, es más sensible a lo diferente. Las personas conservadoras, con rutinas, de reacciones automáticas, tienen mayor actividad en esa región ante un hecho liberal. En las personas liberales, esa región no se activa al detectar iniciativas como la legislación del aborto o los matrimonios homosexuales, mientras que en los conservadores se enciende como si fuera una especie de alarma.
Por otro lado, la actividad en la amígdala frente a una decisión política es equivalente a tener hambre, que provoca la búsqueda de alimento para saciar esa necesidad. Al parecer, el cerebro liberal activa esa región al votar, pues espera satisfacer su necesidad de encontrar la mejor representación de gobierno. En cambio, un votante conservador no necesita activarla: sabe que votará por aquello que no alterará sus convicciones.
La diferencia entre que un conservador registre mayor actividad en la región ACC y un liberal lo haga en la amígdala parece estar relacionado con el tamaño o el volumen que tienen estas zonas en cada persona, de acuerdo con la investigación que publicó en 2011 Ryota Kanai, del University College de Londres. Resulta que las personas que se definen como conservadoras y que utilizan más la corteza cingulada anterior, tienen una amígdala más voluminosa, que es la región del cerebro más utilizada por los progresistas, que en cambio tienen la corteza cingulada anterior más desarrollada. Esa diferencia fisiológica provoca que las reacciones de los conservadores sean más emocionales e influenciadas por el sistema límbico, mientras que los liberales tenderán a ser más analíticos por el dominio de la corteza.
En entrevista vía correo electrónico, Kanai señala: “La escala liberal o conservadora es determinada por el balance entre la ACC y la amígdala. Si ambas regiones son más grandes, entonces la persona se considerará de centro. Igual ocurrirá si ambas áreas cerebrales son pequeñas, esas personas también se identificarán con posiciones políticas neutrales“.
Aunque sus resultados aún están bajo el escrutinio de la comunidad científica, él y su equipo también descubrieron que la ínsula anterior -vinculada con la experiencia del dolor y emociones básicas como odio, tristeza, miedo y disgusto- resultó ser más grande entre los conservadores, lo que podría relacionarse con la poca tolerancia de estas personas a las sensaciones desagradables. “Con una muestra más grande podríamos encontrar regiones relacionadas de manera más sutil, pero sistemática, con la orientación política“, agrega, aludiendo a que su investigación se realizó solamente en jóvenes.
Más rápido que el ojo.
El estudio “El cerebro político del mexicano” fue diseñado por Monroy para identificar si el encéfalo conservador o liberal es congruente con la ideología que cada voluntario manifiesta. Para ello se seleccionaron dos spots del IFE, uno de corte liberal y otro de tendencia conservadora, calificados así según una escala psicométrica, de acuerdo con los valores que transmiten y el tipo de personas que son representadas.
En la pantalla del televisor se ve el primer anuncio, que en 30 segundos escenifica la discusión de tres jóvenes sobre las ventajas y desventajas de abstenerse de votar. Luego se ve una secuencia de imágenes fijas seleccionadas del anuncio que, de acuerdo con Monroy, proyectan de manera más representativa un mensaje liberal, como es el caso de dos mujeres jóvenes discutiendo apasionadamente con un hombre. Apretando un botón, el espectador debe escoger aquellas que le causen mayor empatia para votar.
Al terminar aparece el segundo spot del IFE, que muestra la conversación entre una joven y su abuelo, quien explica el valor del voto como un derecho ganado para las mujeres. Nuevamente, el voluntario debe elegir las imágenes fijas con las que simpatiza y que fueron seleccionadas de acuerdo con un ángulo conservador, como un abuelo conversando dulcemente con la nieta que lo escucha con respeto.
El registro electroencefalográfico que se realiza durante el estudio mide la actividad tanto de la corteza cingulada anterior como de la amígdala ante la exposición de las imágenes. Tanto liberales como conservadores procesan la información de la misma forma, a la misma velocidad y con la misma facilidad, cuando se les presentan propuestas que contravienen sus creencias. Si a un conservador se le pregunta sobre la eutanasia, o a un liberal se le pide su opinión sobre los gastos de gobierno ante una visita papal, ambos cerebros tardarán entre 200 y 250 milisegundos en detectar que estas propuestas amenazan sus convicciones. “Esa velocidad de respuesta indica que se trata de decisiones que se toman en la parte del cerebro más automático“, comenta Monroy. “La gente ni siquiera es consciente de qué tan rápido su cerebro detecta temas que contravienen sus propias creencias“.
Los resultados del estudio fueron “sorprendentes”, a decir del mismo Monroy, pues se observó una tendencia sorpresiva en los pri-movotantes de un estilo de pensamiento conservador mayor al esperado y al que los participantes autorreportaron. Los jóvenes presentaron además una respuesta emocional más intensa en la propaganda conservadora en comparación con la liberal. “Es una creencia popular que los radicalismos sociales y el inconformismo ante las instituciones son cualidades de los votantes jóvenes“, contrasta el especialista. La población adulta, en cambio, resultó ser muy consistente entre la tendencia que promulgaba y su respuesta cerebral, notándose una fuerte aceptación de propuestas liberales. Finalmente, los votantes de tercera edad resultaron ser altamente conservadores, tal como otros estudios han demostrado.
El hallazgo del estudio de Neuromarketing se sostiene en la rapidez con la que los voluntarios hicieron sus selecciones: cuando una imagen se elige en menos de 300 milisegundos, significa que está respondiendo la parte del cerebro más automática; si al voluntario le toma más tiempo, significa que está contestando lo que cree que debe de contestar y no lo que realmente cree. Esto es lo que ocurrió con algunos voluntarios que seleccionaron imágenes fijas de corte liberal o conservador, pero les tomó más de 800 milisegundos presionar el botón. “El cerebro es más rápido que nuestras acciones o incluso que nuestros pensamientos“, dice Monroy “Para que nosotros digamos una idea y plasmemos una postura política toma de 1,800 a 2,600 milisegundos. En esa diferencia de tiempo: el individuo detecta lo que va en contra o en sintonía con la creencia para demostrarlo de manera actitudinal“.
El estudio reveló que 23% de los primovotantes y 20% de los votantes de la tercera edad que se manifestaron liberales, en realidad pensaban de manera conservadora. En los adultos sucedió lo contrario, aunque en menor medida: 2% manifestó ser conservador aunque se detectó que en realidad eran liberales. Sumados estos porcentajes resultó que 45% de los participantes tenían una tendencia política diferente de la que manifestaban. De acuerdo con Monroy, el intervalo de confianza del estudio, de 95%, permite proyectar los resultados a toda la población mexicana. ¿Cómo votará cada uno de ellos en las próximas elecciones? “Seguramente votará por un candidato, pero va decir que votó por aquel que en su círculo sea aceptado“, responde el neurocientífico… Pero su cerebro no puede mentir.
Para creer en las encuestas.
¿Cómo mejorar la precisión de las encuestas si los encuestados no dicen lo que piensan?
Por Berenice Guerrero Pineda y Aleida Rueda/ Noticias IFUNAM.
Hay un elemento que afecta los resultados de las encuestas que se ha convertido en tema de investigación de psicólogos, sociólogos, antropólogos y hasta de físicos: la gente no siempre dice la verdad. Incluso da información totalmente opuesta a lo que verdaderamente piensa. “Eso ya no depende de quien hace la encuesta sino de cómo responde la gente. Si la gente no es totalmente honesta al contestarla, los resultados de una encuesta no pueden ser confiables” explica el Dr. Rafael Barrio, del Instituto de Física de la UNAM. “Hay una ventaja social al mentir. En todo el mundo hay situaciones políticas y sociales que se entremezclan y hacen que la gente vea una conveniencia en no decir lo que piensa. Todos lo hacemos. En México, además, nos preocupa de manera especial caer bien” señala.
En 2009, Barrio y sus colegas Gerardo Íñiguez, también del Instituto, el finlandés János Kertész y el húngaro Kimmo K. Kasli, desarrollaron un modelo matemático para determinar cómo cambia la opinión de la gente en el tiempo, que es la pata de la que cojean muchas encuestas actuales. “Las encuestas son instantáneas y ese es uno de sus defectos: son prácticamente inútiles si no seguimos una evolución dinámica de la opinión” explica el investigador.
De acuerdo con el físico, ya existe el modelo del votante (voter model) que puede arrojar resultados sobre cuánta gente va a decir sí y cuántos no. Casi todo el tiempo prevé que el resultado será mitad y mitad. Por ello, dice, “es un modelo que no sirve porque no tiene dinámica”
El suyo la tiene. A cada individuo dentro de la sociedad (llamado “agente”) se le asocia una variable (X) que representa la opinión sobre cierta pregunta y que puede ser Sí (con un valor asignado de 1) o un No (con un valor de -1). Cada persona tiene un valor entre estos dos, dependiendo de qué tanta inclinación tiene de creer o no creer o estar en favor o en contra de algo. Esta variable depende del tiempo, porque uno está constantemente modificando su opinión.
Para saber cómo se modifica esta variable en el tiempo, los científicos incluyeron en su modelo tres hipótesis: la propaganda, el promedio de la opinión de todo el mundo que determina que una persona se coloque en favor o en contra de la sociedad, y la interacción social y cómo esta determina un cambio de opinión. Así, y dependiendo del aumento o disminución de estos tres elementos, es que la X se puede volver positiva o negativa, es decir, una persona puede inclinarse al Sí o al No.
Aunque el modelo puede ser utilizado para predecir incluso procesos electorales, hasta ahora solo ha sido aplicado para entender la dinámica de cómo se expande el conocimiento científico en la sociedad. Sin embargo, dice Barrio, con un modelo así se puede comparar lo que diría la gente en una red honesta con lo que la gente dice en realidad.
Fuente: Revista Quo Nº 176 Junio 2012, pags: 52, 53, 54, 56.