Hace casi 40 años, José Algorta enfrentó una situación que lo obligó a traspasar límites inimaginables para mantenerse con vida. Fue una de las 16 personas que sobrevivieron el accidente de avión del 13 de octubre de 1972 en la Cordillera de los Andes y que narra su historia.
“Comer carne humana fue la llave que nos permitió mantenernos con vida”, confiesa Algorta, pasajero del vuelo 571, un avión Fairchild F-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya, donde viajaban 45 personas y que se partió en dos a más de 4000 metros de altura.
En ese momento inician 72 días en los que los sobrevivientes deben entablar una lucha contra la naturaleza, donde esta empieza a tomar ventaja de los más débiles. La muerte poco a poco merma el grupo, algunos por las heridas sufridas en el choque.
En el caso de Fernando Parrado “Nando”, la tragedia es aún más terrorífica. Paso tres días inconsciente y con el cráneo fracturado, primero perdió a su madre en el impacto y luego a su hermana menor Susana, que sufre de gangrena en las piernas y muere al octavo día en sus brazos.
Irónicamente las bajas temperaturas del desolado páramo donde se estrellaron ayudó a salvar a los sobrevivientes, al impedir que los cadáveres de los que se alimentaron -una vez se acabaron las provisiones- se descompusieran.
Para expertos conocedores de la montaña, Algorta y los otros 15 que viven para contarlo deberían estar muertos. Sin suficiente agua o comida, sin la vestimenta para resistir la temperatura de 30 grados bajo cero, con el peligro de avalanchas y escaso oxigeno lo lógico es que Algorta y sus compañeros sucumban. Esto sin mencionar el peligro del accidente de avión en si mismo.
El 12 de octubre, un día antes de la tragedia, despega de Carrasco a Santiago de Chile un avión militar que transporta al club de rugby Old Christians de Uruguay para jugar con un equipo de esta ciudad. Contratan el avión militar para reducir costos y viajan con su familia y amigos.
Entre estos se encuentra Algorta, entonces estudiante de ciencias económicas de 21 años, quien va de visita a Santiago para ver a su novia y aprovecha el viaje. La aeronave parte a las 8:05 am, pero se ve obligada a interrumpir el viaje y pasar la noche en Mendoza por el mal tiempo. En la tarde siguiente, el coronel Julio Ferradas decide reanudar el vuelo hacia Chile.
La niebla y los fuertes vientos hacen que el capitán descienda desde los 3500 metros de altura hasta los 1000, creyendo estar en una zona segura. Sin embargo, están muy cerca de lo picos de las montañas y el avión se sacude. Mientras más se aproximan a las rocas las miradas de terror se incrementan. De repente, el sonido de la alarma de colisión se activa. El pánico alcanza su pico cumbre.
El fuselaje de la aeronave se continua deslizando hasta que choca con un banco de nieve, el impacto provoca la muerte de cuatro de los cinco tripulantes, el tren de aterrizaje los aplasta e incrementa a 13 la suma de víctimas del accidente. Esa primera noche mueren tres más a causa de sus heridas.
“No recuerdo en cuál parte del avión me encontraba sentado. La memoria relacionada con el momento del accidente la tengo bloqueada”, dice José Algorta desde su oficina de Buenos Aires, contactado por PANORAMA 40 años después de aquel trágico día. “Lo que sé es que estaba a un lado de mi amigo Felipe Maquirriain, quien murió en el choque”.
El domingo 15, luego de la muerte de una persona mas, tres aviones surcan el cielo, presumiblemente buscando la aeronave siniestrada y dando esperanza a los sobrevivientes, pero pasan los días sin que llegue el esperado rescate. Marcelo Pérez, capitán del equipo de rugby asume el liderazgo y organiza el improvisado campamento, donde el objetivo es salir con vida.
“Lo más importante era estar vivo un día más. Si sucedía así, allí estaba la oportunidad de salir de aquel lugar”, recuerda Algorta. Varios inventos facilitan la vida del grupo, domo un convertidor de nieve en agua, guantes, lentes para evitar el encandilamiento y botas para evitar hundirse en la nieve.
Así pasan los días, se agota la comida y crece la angustia. El domingo 22 de octubre entonces llega un día clave. En una reunión en el interior del fuselaje se decide utilizar los cadáveres como alimento. Roberto Canessa, estudiante de medicina toma la iniciativa, otros se rehúsan.
“Algunos se impresionaron mucho al comer carne humana por primera vez, pero al cruzar ese umbral, nos dimos cuenta que era lo mejor que podíamos hacer”, comentó Algorta. “Del primer bocado recuerdo que pensaba que satisfacía mis necesidades de alimentación. A medida que comía se fortalecían mis ganas de seguir viviendo”, agregó.
En una oportunidad, Parrado sueña que sus compañeros se lo comen. Ramón Sabella, estudiante de agronomía, de 21 años, llega a temer que lo maten para comérselo también.
“Aquella no fue la primera vez que el ser humano tuvo que acudir a la carne humana (antropofagia) para sobrevivir. La historia está llena de distintas experiencias”, explicó Algorta, hoy casado con María Noelle Sauval, tres hijos y con un máster en administración de negocios en Estados Unidos.
El día 23 se suspende el operativo de rescate, pasan los días y el deterioro físico de los sobrevivientes es evidente. El 29 una avalancha sepulta el fuselaje del avión y reduce la cantidad de sobrevivientes a 19. Algorta por poco no la cuenta y fue rescatado por uno de sus amigos, Roy Harley. El 1 de noviembre lograron sacar los cadáveres del avión, 14 días más tarde el grupo pierde a uno más y el 17 de noviembre parten un grupo de tres integrado por Parrado, Canessa y Visintín, que buscan ir a Chile a conseguir ayuda, pero a falta de resultados deciden regresar el 19 de noviembre.
El 11 de diciembre pierden a uno más y solo quedan 16 sobrevivientes, al día siguiente parte la segunda expedición y el 17 consiguen el primer signo de vegetación.
El 20 se encuentran con tres hombres a caballo que les dicen que volverán al día siguiente. El jueves 21 los hombres vuelven y se comunican con la policía, que envía helicópteros. En el avión el resto de los sobrevivientes se enteran de los sucedido por la radio y estalla el júbilo. “Vivimos una gran alegría porque sabíamos que todo había terminado. Luego hubo un poco de enojo porque tardaron en irnos a buscar”, recordó Algorta.
El viernes 22 de diciembre, dos helicópteros salen en busca de los otros 14 sobrevivientes. “Nando” va en uno de ellos para guiar el camino. El operativo de rescate se divide en dos fases. En la primera etapa son evacuados seis de los sobrevivientes. En la segunda, el sábado 23 de diciembre, los ocho restantes.