Así como Don Quijote de la Mancha
desfacía entuertos, mi compadre don Vicente Pipiolo Barreneche desface
refranes.
Todo empezó, según me cuenta, cuando era pequeño y sus amiguitos, sus
maestros, sus padres, los padres de sus amiguitos y hasta los padres de sus
maestros, preguntaban cada vez que lo veían: “¿A dónde va Vicente?”, y luego
ellos mismos se respondían, riendo como idiotas: “A donde va la gente”...
Me daba tanta rabia esta sandéz -explica
mi compadre-, que desde entonces me entró lo que podría llamarse la manía del
sentido contrario, o sea que si un grupo de personas iba hacia el norte, yo
automáticamente me abría paso a codazos para dirigirme al sur. Los domingos en
la tarde, cuando había corrida de toros, al empezar a llegar el gentío a la
plaza yo salía de ella con rumbo a las afueras de la ciudad, enfrentándome a la
marcha humana como un barquichuelo a la corriente del golfo, vulgo Gulf Stream
Y todo nada más para demostrar que yo, Vicente, no iba adonde iba la gente.
Imagino que habrá usted sufrido
mucho a causa de esta tendencia antidireccional, compadre le dije.
Como sufrir, lo que es sufrir, nada más
pisotones, empujones y majaderías, pues usted sabe lo que es ir a contrapelo de
la masa ciudadana, ya sea en política o a la salida del “Metro”, del cine o del
fútbol. Pero por otra parte me he
librado de las apreturas e incomodidades de Acapulco o de Veracruz en Semana
Santa, ya que como se imaginará, yo no voy a esos sitios adonde va la gente.
Acostumbro pasarlas en los límites de Tabasco con Guatemala, o en el Bolsón de
Mapimí, donde no va nadie, ni siquiera los agentes de la Coca-Cola o los
inspectores del SAT.
Lo cual ha de ser una bendición
de Dios –comenté-.
Naturalmente, -repuso mi compadre-. Además de que en esos lugares he podido
desbaratar otros refranes. Por ejemplo, en el río San Pedro, que es afluente
del Usumacinta y en ciertas épocas del año baja muy agitado, yo he estado a
punto de morirme de hambre con el anzuelo en la mano veinte de las veinticuatro
horas que tiene el día.
¿Y qué trataba usted de demostrar
con ello?
Que es falso de toda falsedad eso
de que a río revuelto ganancia de pescadores.
Mi compadre don Vicente sacó de
su cartera un recorte de periódico y me lo mostró:
Mire usted, me dijo: Aquí viene
una noticia interesantísima, que comprueba mis teorías. Según parece, en
algunas momias egipcias de la época faraónica se han descubierto ciertos
vestigios que indican que en aquellos tiempos ya existían la sífilis y el
cáncer. O sea que es inexacto aquello de que no hay mal que dure cien años.
Estos dos males han durado más de cinco mil.
Después sacó una foto repugnante
que mostraba a un infeliz ratoncillo con el cráneo destrozado por el resorte de
una ratonera, y otra en que aparecía un león de aspecto muy satisfecho, con el
rabo en alto.
Dígame usted qué vale más, sonrió
despectivamente: ¿Ser cabeza de ratón o cola de león?.
¿Alguna vez ha ido usted a la Villa? -le
pregunté, tratando de agarrarlo en curva.
No una, sino mil. Y jamás he perdido mi silla,
pues he tenido la precaución de llevarla conmigo, para deshacer el refrán. De
igual manera le digo que mi ropa sucia no se lava en casa, sino que la mando a
una lavandería automática. La cosa me sale como lumbre y me devuelven las
prendas hechas trizas, pero así tengo la satisfacción de desmentir otro proverbio.
Por la misma razón tengo una pajarera enorme, con quinientas y pico de aves que
no se están quietas y vuelan de aquí para allá. De cuando en cuando agarro una
y vendo cien. De esta manera demuestro que no es verdad que valga más pájaro en
mano que ciento volando, ya que por el que tengo atrapado no me dan nada,en
tanto que por los otros recibo dos o tres mil pesos.
Mi compadre se despidió,
pretextando prisa.
-Tengo que ir a Salubridad y
Asistencia- me dijo. Voy a llevarles el cadáver de un Dóberman Pinscher de mi
propiedad, que falleció ayer.
> ¿Para qué?
-Para que lo exhiban en el Centro
Veterinario Antirrábico, donde según me dicen están atendiendo a más de mil
enfermos del terrible mal. Así demostraré la falacia de que muerto el perro, se
acabó la rabia.
Don Vicente Pipiolo Barreneche se despidió otra vez y luego
otra y otra más, y una cuarta y una quinta, asegurándome que tenía unos deseos tremendos
de marcharse. Después, desde la ventanilla de su camión, me guiñó un ojo, y me
gritó algo acerca de que no era cierto que el que mucho se despide pocas ganas
tiene de irse.
Yo me quedé con la boca abierta.
Y como no me entró ninguna mosca en ella, tuve la satisfacción de comprobar que
no es necesario tenerla cerrada para impedir el Ingreso de los molestos
dípteros.
Cortesía de:
La Comadre Chonita.
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