John Wayne Gacy – El Payaso Asesino
"No se sabe qué produjo más espanto a los ciudadanos del
Chicago de hace 24 años: si el hecho de que 33 jóvenes hubieran muerto
salvajemente torturados, o el de descubrir que su asesino era uno de los
vecinos más amables, caritativos y respetables del lugar… "
Una historia real acerca de como ustedes blogueros descubriran que
el mal humano se esconde en lugares todavía menos accesibles que una arteria
cerebral colapsada, como la que tenía Gacy desde que se cayera en el jardín de
su casa cuando era niño y que, según algunos expertos, transformó su cerebro en
una mente psicopática. Quizás el mal anide en las entrañas del alma de algunos
hombres que parecen, pero sólo parecen, buenos.
No cabría otra forma de
calificar a un ciudadano tan ejemplar como John. Era un eficaz hombre de
negocios, dedicado plenamente a hacer crecer su empresa de albañilería y
decoración, a cuidar de su casa, a amar a su segunda esposa y a cultivar las
relaciones sociales. El tiempo libre siempre lo dedicaba a los demás:
organizaba las fiestas vecinales más famosas del barrio, se vestía de payaso y
amenizaba las tardes de los niños ingresados en el hospital local. Incluso fue
tentado por la política y se presentó como candidato a concejal. Y lo habría
llegado a ser si no se hubiera cruzado en su camino el joven Jeffrey Rignall y
su tenaz lucha por la supervivencia.
El 22 de mayo de 1978,
Rignall decidió salir a tomar unas copas en alguno de los bares del New Town de
Chicago. Mientras paseaba, ya de noche, un coche le cortó el paso. Un hombre de
mediana edad y peso excesivo se ofreció para llevarle a la zona de bares más
famosa del lugar. Rignall, osado, despreocupado, acostumbrado a viajar haciendo
auto stop y, sobre todo, harto de pasar frío, aceptó la invitación sin
sospechar que aquel hombre, en un descuido, le iba a atacar desde el asiento
del conductor y a taparle la nariz violentamente con un pañuelo impregnado de
cloroformo.
Gacy era un ciudadano
ejemplar, un hombre eficaz para los negocios, buen esposo y hábil para
socializar. En su tiempo libre, solía vestirse de payaso y entretener a los
niños ingresados en el hospital local
Algunas
de sus víctimas de izquierda a derecha y de arriba a abajo: John Butkovitch (17
años), John Szyc (19), Randall Reffett (15), John Mowery (19), Sam Stapleton
(14), Rick Johnson (17), William Carroll (16), Matthew Bowman (19), Russell
Nelson (21), Darrell Sampson (18), Gregory Godzik (17) y Robert Piest (15).
Un jardín que olía demasiado mal
La vida social del hombre que los fines de semana se vestía de
payaso para entretener a los niños enfermos en varios hospitales subía como la
espuma. Dos de sus fiestas más sonadas, una al estilo “vaquero” y otra
hawaiana, llegaron a congregar en su casa a más de trescientas personas. Todas
regresaron a sus domicilios comentando dos cosas: lo agradable que era aquel
ciudadano regordete, bonachón y trabajador y lo mal que olía su jardín. Porque
era la comidilla del barrio que un
terrible hedor fluía por las calles cercanas a la casa de Gacy y su segunda
esposa. Ésta estaba convencida de que bajo las cañerías de su casa había algún
nido de ratas muertas. Él aseguraba que el olor se filtraba desde un vertedero
cercano y siempre estaba posponiendo una supuesta visita al ayuntamiento para
tratar de arreglar el problema. Ningún vecino supo reconocer el tufo de los
restos humanos, por eso, ninguno llegó a sospechar el acontecimiento que estaba
a punto de sacudir la armoniosa vida de Sumerdale Avenue. En diciembre de 1978, la madre del joven de 15 años Robert Piest
empezó a impacientarse al ver que no regresaba del trabajo. El chico se ganaba
un dinero extra ayudando en una farmacia, y estaba a punto de entrevistarse con
un tal Gacy que le había ofrecido mejorar su situación si trabajaba como
albañil para él. La desaparición de Robert fue puesta en conocimiento del
teniente Kozenczak del Departamento de Policía de Des Plaines. Entre sus
pesquisas, el agente hizo una llamada a Gacy, ya que su nombre aparecía entre
los papeles del chico. Por supuesto, el ciudadano Gacy no acudió a la cita (se
excusó diciendo que estaba enfermo), pero se presentó voluntariamente en la
comisaría al día siguiente.
Antes de morir por inyección letal exclamó:“¡Besenme el culo!”
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La esposa de Nalgaro
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