Doña Angélica Hernández Ramírez es indígena tzotzil de 101 años que vive en el municipio de Ixtapa, a unos 45 minutos de la capital, a su edad, es la jefa de una fábrica familiar de sal.
Sus hijos disfrutan su presencia, enseñanzas y consejos, lo que le permite tomar energías para iniciar desde la mañana las tareas diarias que implica elaborar el producto que se distribuye en gran parte de la región, principalmente en Zinacantán, Soyaló y San Cristóbal de las Casas.
Durante la vista a su casa, la familia Hernández Ramírez expresa la alegría de la abuela y bisabuela, posan con ella nietos y biznietos, apenas habla un par de palabras en español por el cansancio de su edad y por algunas enfermedades.
Hijos y nietos nos ayudan a platicar con ella, pero doña Angélica Hernández Ramírez se siente contenta de ser visitada, permanece sentada en una silla de madera apropiada para ella.
Sus ojos recuerdan su vida, dice ser una mujer muy bendecida por Dios, pues durante la fiesta de la Asunción aún realiza paseos, es ejemplo de vida para muchos; a quien visita su hogar le invita un café, pide tener cuidado porque está caliente.
Su voz cansada, su vista que refleja una larga vida, su piel tan delicada, lo primero que hace al levantarse es oración, para ello se incorpora con calma y va frente al altar donde resalta la imagen de la virgen María de madera.
Afirma que la imagen le recuerda las de los retablos de las grandes iglesias coloniales; un susurro de oraciones en su propia lengua materna, el tzotzil, muestra a sus visitantes, hijos y nietos, el amor a la virgen.
Su edad y su cansancio hacen que su hablar en su dialecto se confunda con el viento, fuerte viento que sopla con olor verde por la humedad de la zona y verde del bosque, donde se encuentra el río Las Salinas.
Por la mañana dice recibir la bendición del creador y por la noche su protección para un buen descanso.
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