A
unque intenté no enterarme, me contaron que los festejos de la batalla del 5 de mayo fueron casi tan frívolos, onerosos e insustanciales como los que organizó el gobierno federal en 2010. El gobierno poblano desperdició una excelente oportunidad de corregir el rumbo, pero, en lugar de ello, prefirió seguir la pauta marcada por José Manuel Villalpando en materia de desmemoria y despilfarro. En consecuencia, se gastaron millones de pesos y nadie supo para qué se libró la batalla del 5 de mayo.
Una semana después de los festejos, Gaby y yo llevamos a mis alumnos del ITAM a Puebla y la visita de Loreto y Guadalupe confirmó lo anterior. Guadalupe ni siquiera puede visitarse, pues las obras de conservación (espero que no de remodelación) no se terminaron a tiempo, aunque no con el retraso de la Estela de Luz. Escondiendo los fuertes, juegos mecánicos, centros de convenciones, miradores inconclusos, el despilfarro y los excesos del ex gobernador horroroso, Mario Marín.Tanto el festejo como la situación de los fuertes y del museo de Loreto, perdidos entre obras de ocasión, son muestra, quizá, que las mentiras de los
desmitificadoreshan calado hondo: gracias a ellos, demasiados mexicanos piensan que la batalla del 5 de mayo fue una escaramuza sin importancia que se ganó gracias a las torpezas de los franceses; una escaramuza sin importancia en una guerra que se perdió en el campo de batalla; una guerra que terminó cuando los franceses se retiraron por las presiones de Estados Unidos y Prusia.
¿Cómo lo argumentan? Armando Fuentes Aguirre, Catón, que odia irracionalmente a Juárez, no escatima la victoria del 5 de mayo, aunque luego agrega una de las falsedades que dispensa a razón de tres por página:
Aquella fue una espléndida victoria, la única que en el campo de batalla hemos obtenido luchando contra un enemigo extranjero(Juárez y Maximiliano, p. 212). Fuera de eso, todo en Juárez y el partido liberal son vilezas y traiciones en una guerra que para su exclusivo beneficio ganaron los gringos (sí, los gringos: son tan poderosos en el cerebro de Catón que ganan hasta cuando no se aparecen).
No deja de ser paradójico el menosprecio de esa victoria en aquellos
desmitificadoresque repiten sistemáticamente que a los mexicanos nos encantan las derrotas. Pero hete aquí que somos victoriosos en una guerra extranjera... y tampoco les gusta. Algunos simplemente omiten el tema, como González de Alba, quien ilustra su odio a Juárez con una lectura sesgada del Tratado MacLane-Ocampo y de ahí se salta hasta la revolución (Las mentiras de mis maestros, pp. 62-67).
Zunzunegui siempre nos regala perlas: en su página web un articulito plagado de mentiras (
No está de más señalar que dicha página es una red para pescar incautos y venderles –muy caros– sus
De lujo, otro connotado falsificador, del que ya nos ocuparemos. El 11 de septiembre de 2008 Macario Schettino escribió en El Universal: “Celebramos el 5 de mayo de 1862, la batalla de Puebla en que Zaragoza derrotó a los franceses... que pocos días después tomaron control de prácticamente todo el territorio nacional” (las cursivas, que son mías, revelan la total falta de seriedad de tan famoso analista).
Podría seguir sumando, pero basta con esos ejemplos. Hay que señalar, además, que detrás de las tajantes afirmaciones de nuestros falsificadores, únicamente hay humo: ningún sustento documental, tres o cuatro libros más leídos, sólo ideología, como hemos mostrado.
¿De dónde el afán por borrar la victoria del 5 de mayo? Del odio a Juárez y al liberalismo. Ya mostraremos la irracionalidad de ese odio. Pero antes, si me lo permite el lector, mostraremos en las siguientes entregas quién ganó en realidad el 5 de mayo y quién la guerra de Intervención.
Las tres batallas de Puebla) concluye:
Nada ganamos los mexicanos el 5 de mayo de 1862 en Puebla, nada absolutamente; un efímero laurel que, debido a la desunión del pueblo, no cristalizó y se convirtió en derrota y conquista.
No está de más señalar que dicha página es una red para pescar incautos y venderles –muy caros– sus
diplomados en línea(algunos de ellos en el Instituto Cultural Helénico). Ahí sólo regurgita sus libros: en El héroe y el villano (p.81) dice lo mismo del 5 de mayo, con un añadido. Según él, un “moribundo Zaragoza, desde su tienda de campaña, dirigió una batalla que en realidad fue comandada en el campo por Porfirio Díaz”. Díaz tiene méritos militares suficientes para que sus idólatras tengan que atribuirle otros... pero de Díaz hablaremos luego.
De lujo, otro connotado falsificador, del que ya nos ocuparemos. El 11 de septiembre de 2008 Macario Schettino escribió en El Universal: “Celebramos el 5 de mayo de 1862, la batalla de Puebla en que Zaragoza derrotó a los franceses... que pocos días después tomaron control de prácticamente todo el territorio nacional” (las cursivas, que son mías, revelan la total falta de seriedad de tan famoso analista).
Podría seguir sumando, pero basta con esos ejemplos. Hay que señalar, además, que detrás de las tajantes afirmaciones de nuestros falsificadores, únicamente hay humo: ningún sustento documental, tres o cuatro libros más leídos, sólo ideología, como hemos mostrado.
¿De dónde el afán por borrar la victoria del 5 de mayo? Del odio a Juárez y al liberalismo. Ya mostraremos la irracionalidad de ese odio. Pero antes, si me lo permite el lector, mostraremos en las siguientes entregas quién ganó en realidad el 5 de mayo y quién la guerra de Intervención.
Cortesía de Osita Wawis
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