martes, 13 de mayo de 2014

Los peores genocidas de la historia ii

Lo que se conoce como "Revolución Cultural" ni fue una revolución, ni tuvo nada que ver con la cultura, más bien al contrario. Se trató simplemente de un ajuste de cuentas entre bandas rivales, dentro del Partido Comunista, y por supuesto, ganó el más canalla: Mao Zedong.

En aquella extraña "revolución" en la que un guardia rojo dijo "porque somos rebeldes, obedecemos" .. a Mao, más de 700.000 personas fueron asesinadas sin piedad. Los alumnos apaleaban a sus profesores, los torturadores eran más tarde torturados ... nadie salvo el vicioso Gran Timonel estaba a salvo. 

En ochenta millones se estima el número de víctimas de la represión llevada a cabo por el Partido Comunista chino. Su historia es la del crimen masivo. De continuo, ha buscado grupos de enemigos internos a los que asesinar, con el fin de que cada uno de los miembros del partido comunista fuera un asesino, y lo consiguieron, y acabar con todo vestigio de humanidad y de moral en la sociedad china. Para conseguir sus fines han utilizado de continuo la mentira.

De manera curiosa el Partido Comunista chino ha evolucionado sin dejar nunca de matar. El asesinato es lo que define por esencia al socialismo extremo que es el comunismo. El Partido Comunista chino primero asesinó a cuantos habían luchado contra Japón en las filas del nacionalismo del KMT. Dijo que no lo haría, pero luego mató a todos cuantos pudo porque los consideró infectados.

Una vez tomado el poder, lanzó a sus militantes y a las masas contra los propietarios de tierras, con el doble objetivo de seguir llenando China de cadáveres y de acabar con la propiedad privada, el dogma más estúpido y más liberticida que se ha inventado en la historia de la Humanidad. Mao dijo que “para matar a los reaccionarios en las zonas rurales, debe exterminarse una proporción mayor al 1/1000 del total de la población... En las ciudades, el porcentaje puede ser menor”. Tan caprichosa estadística significaba el asesinato de 600.000 personas. Fueron muchas más.

Colectivizado el campo, en lo que Mao calificó como ‘El Gran Salto Adelante’, el Partido Comunista chino consideró que ello mejoraría, sin duda ninguna, no podía ser de otra forma, los resultados de las cosechas. Los funcionarios locales del partido empezaron a emitir estadísticas triunfalistas y cuando se fueron a recoger las cosechas y se vio que eran exiguas, lejos de reconocer el error, se culpó a los agricultores. Como el partido había considerado que la colectivización produciría por sí misma fenómenos milagrosos, se había llevado a muchos agricultores a trabajar en la industria del acero. Se abandonaron de esa forma los cultivos. Cuando no se pudo responder a la demanda del partido, se acusó a los campesinos de ocultar sus cosechas, se les requisó cuanto tenían y se les mató cuando ocultaban algo.

Durante los tres años de la Gran Hambruna, entre 1959 y 1961, se tienen documentados casos de familias que se comieron a sus propios hijos. En los textos oficiales, se dice que la hambruna, en la que murieron cuarenta millones de personas, fue producida por catástrofes naturales –Desastre Natural de Tres Años, se denomina en la propaganda oficial comunista- pero fueron años más bien de clima benigno. Para no romper la consigna del partido, los funcionarios locales rechazaron recibir ayuda afirmando que tenían víveres de sobra.

Como no ha habido tesis más ridículas que las del comunismo, éste siempre la ha impuesto por la fuerza y el asesinato. 

Dentro de la secta mayor de asesinos que ha conocido la Humanidad, el comunismo, Mao ha sido, junto con Stalin, el más sádico. Bajo su dirección, el partido comunista chino creó el sistema de terrorismo de Estado más fuerte y despiadado, mediante la violencia, la mentira y, por supuesto, la censura de la información. Siempre sintió una querencia compulsiva hacia el asesinato en masa. Así, en un documento, se lamentó de que “todavía existen muchos lugares donde la gente se siente intimidada y no se anima a matar a los reaccionarios abiertamente y en gran escala”. En 1951, una directriz del partido comunista chino ordenaba “ejecutar de inmediato” a quienes “difundieran rumores”.

Hay numerosas anécdotas que ejemplifican su sadismo. El 18 de agosto de 1966, Mao Zedong se reunió con los representantes de los Guardias Rojos en la torre de la Plaza de Tinanmen. Song Binbin, hija del líder comunista Song Renqiong, le puso a Mao la manga emblema de los Guardias Rojos. Cuando Mao se enteró del significado del nombre de Song Binbin, ‘amable y cortés’, dijo: ‘Necesitamos más violencia?. Song se cambió el nombre por el Song Yaowu, ‘deseo de violencia’”. A Liu Shaoqi, un expresidente chino, que había sido el número dos de Mao, el día que cumplía los 70 años, la guardia personal de Mao le llevó un regalo, una radio, para que escuchara el informe oficial de la Octava Sesión Plenaria del Comité Central número doce, que decía lo siguiente: “Se recomienda la expulsión permanente del Partido del traidor, espía y desertor Liu Saoqi, así como la exposición y acusación de Liu Shaoqi y sus cómplices por los delitos de traición y conspiración”. Fue largamente torturado, y su cuerpo empezó a pudrirse antes de su muerte.

Mao consideraba que el comunismo debía estar continuamente asesinando e imponiendo el terror, y es lo que hizo durante toda su vida. En sus tiempos de guerra, cuando huía del invasor japonés, dejando que se deteriorara en la lucha el ejército del KMT, a su ejército lo purgaba de continuo. Se inventó una Alianza Antibolchevique entre sus filas. 

Torturaba a las esposas para que denunciaran a sus maridos. Entendía que el asesinato de unos comunistas por otros estrechaba los lazos de la secta destructiva.

Para poder asesinar mejor a los disidentes, recurría de continuo a la mentira. En 1957, lanzó el Movimiento de las Cien Flores, cuyo lema era “dejar que broten cien flores y que debatan cien escuelas de pensamiento”. Animaba a las gentes a expresarse críticamente, prometiendo que “no tiraremos de las trenzas, no se golpeará con bates, no se colocarán sombreros, ni se buscará revancha”. Se organizaron debates y muchos, la mayoría comunistas, expresaron críticas para mejorar el régimen. Poco tiempo después, Mao lanzó el Movimiento AntiDerechista, donde estableció que las cerca de 540.000 personas que habían establecido críticas eran ‘derechistas’ y, por tanto, exterminables.

En 1966 desató la furia del terror rojo con la llamada Revolución Cultural. Mediante conceptos difusos de acabar con las viejas ideas y los viejos hábitos, se instó a los jóvenes chinos a convertirse en asesinos. Los alumnos se dedicaron a asesinar a sus profesores y a cuantos no tuvieran buenos antecedentes de clase, a los “terranenientes, campesinos ricos, reaccionarios, malos elementos y derechistas”. Algunas definiciones eran tan vagas que casi cualquiera podía ser asesinado. Y durante un año nadie estuvo a salvo. Para ingresar en el partido comunista era preciso haber participado en matanzas. En la vorágine de violencia, se produjeron numerosos casos de canibalismo. Más de 7.730.000 personas fueron asesinadas en linchamientos y ejecuciones públicas. Hasta 100.000 millones, una décima parte del total de la población, se vio afectada, expulsada de sus casas, enviadas al campo o internadas en campos de trabajo.

El asesino compulsivo Mao Zedong recibió el culto de un dios viviente. Durante la Revolución Cultural –un decaimiento absoluto en la barbarie relativista- se exigió a todo el pueblo chino que practicara rituales pseudoreligiosos de culto a la personalidad. “Pedir instrucciones al Partido por la mañana y rendirle cuentas por la noche”, recordar al líder Mao varias veces por día y desearle longevidad ilimitada y pronunciar consignas políticas al levantarse y al acostarse. Se citaba a Mao todo el tiempo, con axiomas como ‘Combate ferozmente cualquier pensamiento egoísta’ y ‘ejecuta las instrucciones recibidas las entiendas o no; profundiza el entendimiento durante la ejecución’. Sólo se permitía leer su libro y el endiosamiento llegó al punto de que no se vendía comida en los locales gastronómicos a la gente que no pronunciara alguna cita de Mao.

Aún hoy en día en la China del partido único, heredero de esa tradición genocida, se venera a Mao, el asesino en serie, el gran sádico, el maldito canalla.

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