viernes, 29 de agosto de 2014

Dechado de mujer


Doña Angélica Hernández Ramírez es indígena tzotzil de 101 años que vive en el municipio de Ixtapa, a unos 45 minutos de la capital, a su edad, es la jefa de una fábrica familiar de sal.
Sus hijos disfrutan su presencia, enseñanzas y consejos, lo que le permite tomar energías para iniciar desde la mañana las tareas diarias que implica elaborar el producto que se distribuye en gran parte de la región, principalmente en Zinacantán, Soyaló y San Cristóbal de las Casas.
Durante la vista a su casa, la familia Hernández Ramírez expresa la alegría de la abuela y bisabuela, posan con ella nietos y biznietos, apenas habla un par de palabras en español por el cansancio de su edad y por algunas enfermedades.
Hijos y nietos nos ayudan a platicar con ella, pero doña Angélica Hernández Ramírez se siente contenta de ser visitada, permanece sentada en una silla de madera apropiada para ella.
Sus ojos recuerdan su vida, dice ser una mujer muy bendecida por Dios, pues durante la fiesta de la Asunción aún realiza paseos, es ejemplo de vida para muchos; a quien visita su hogar le invita un café, pide tener cuidado porque está caliente.
Su voz cansada, su vista que refleja una larga vida, su piel tan delicada, lo primero que hace al levantarse es oración, para ello se incorpora con calma y va frente al altar donde resalta la imagen de la virgen María de madera.
Afirma que la imagen le recuerda las de los retablos de las grandes iglesias coloniales; un susurro de oraciones en su propia lengua materna, el tzotzil, muestra a sus visitantes, hijos y nietos, el amor a la virgen.
Su edad y su cansancio hacen que su hablar en su dialecto se confunda con el viento, fuerte viento que sopla con olor verde por la humedad de la zona y verde del bosque, donde se encuentra el río Las Salinas.
Por la mañana dice recibir la bendición del creador y por la noche su protección para un buen descanso.

Viernes del Gato Negro

 Buen viernes a todos


 Esta vez no publicaré algo mio, este día se me ocurrió la idea de contarles un poco sobre un autor considerado uno de los 12 escritores malditos; Edgar Allan Poe, fue un escritor y poeta nacido en Boston en 1809; Muy conocido por ser uno de los maestros de los relatos cortos  y fue uno de los fundadores del genero de misterio y horror, tanto en sus cuentos como en sus poemas. 


Edgar escribió alrededor de sesenta cuentos, ademas de una serie de poemas, aunque a este genero no le dedicó el tiempo que el hubiera deseado debido a su situación económica. Algunos de sus relatos mas conocidos son: El escarabajo de Oro, Los Crímenes de la calle Morgue, El Corazón Delator, El barril de Amontillado, El Gato Negro, Eureka, La casa de Usher, El retrado Oval y muchos mas en los que podemos apreciar el estilo de Poe. Algunos de estos cuentos fueron escritos en sus momentos de lucidez y otros fueron producto de sus crudas de alcohol y drogas, según afirman algunos de sus contemporáneos.  Al final de su vida Poe estaba hundido absolutamente en la desgracia después de la muerte de la mujer de su vida y jamas se volvió a levantar. Acabado en un hospital de Baltimore en 1849, sus últimas palabras fueron "Que Dios ayude a mi pobre alma".


A continuación les dejo uno de sus relatos mas conocidos:             




              EL GATO NEGRO   
   No espero ni remotamente que se conceda el menor crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a relatar. Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando mis mismos sentidos rechazan su propio testimonio. No obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, por si muero mañana, quiero aliviar hoy mi alma. Me propongo presentar ante el mundo, clara, suscintamente y sin comentarios, una serie de sencillos sucesos domésticos. Por sus consecuencias, estos sucesos me han torturado, me han anonadado. Con todo, sólo trataré de aclararlos. A mí sólo horror me han causado, a muchas personas parecerán tal vez menos terribles que estrambóticos. Quizá más tarde surja una inteligencia que de a mi visión una forma regular y tangible; una inteligencia más serena, más lógica, y, sobre todo, menos excitable que la mía, que no encuentre en las circunstancias que relato con horror más que una sucesión de causas y de efectos naturales.
      La docilidad y la humanidad fueron mis características durante mi niñez. Mi ternura de corazón era tan extremada, que atrajo sobre mí las burlas de mis camaradas.
      Sentía extraordinaria afición por los animales, y mis parientes me habían permitido poseer una gran variedad de ellos. Pasaba en su compañía casi todo el tiempo y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer o acariciaba. Esta singularidad de mi carácter aumentó con los años, y cuando llegué a ser un hombre, vino a constituir uno de mis principales placeres. Para los que han profesado afecto a un perro fiel e inteligente, no es preciso que explique la naturaleza o la intensidad de goces que esto puede proporcionar. Hay en el desinteresado amor de un animal, en su abnegación, algo que va derecho al corazón del que ha tenido frecuentes ocasiones de experimentar su humilde amistad, su fidelidad sin límites. Me casé joven, y tuve la suerte de encontrar en mi esposa una disposición semejante a la mía. Observando mi inclinación hacia los animales domésticos, no perdonó ocasión alguna de proporcionarme los de las especies más agradables. Teniamos pájaros, un pez dorado, un perro hermosísimo, conejitos, un pequeño mono y un gato. Este último animal era tan robusto como hermoso, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Respecto a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era bastante supersticiosa, hacía frecuentes alusiones a la antigua creencia popular, que veía brujas disfrazadas en todos los gatos negros. Esto no quiere decir que ella tomase esta preocupación muy en serio, y si lo menciono, es sencillamente porque me viene a la memoria en este momento. Plutón, este era el nombre del gato, era mi favorito, mi camarada. Yo le daba de comer y él me seguía por la casa adondequiera que iba. Esto me tenía tan sin cuidado, que llegué a permititirle que me acompañase por las calles. Nuestra amistad subsistió así muchos años, durante los cuales mi carácter, por obra del demonio de la intemperancia, aunque me avergüence de confesarlo, sufrió una alteración radical. Me hice de día en día más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Llegué a emplear un lenguaje brutal con mi mujer. Más tarde, hasta la injurié con violencias personales. Mis pobres favoritos, naturalmente, sufrieron también el cambio de mi carácter. No solamente los abandonaba, sino que llegué a maltratarlos. El afecto que a Plutón todavía conservaba me impedía pegarle, así como no me daba escrúpulo de maltratar a los conejos, al mono y aun al perro, cuando por acaso o por cariño se atravesaban en mi camino. Mi enfermedad me invadía cada vez más, pues ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?, y, con el tiempo, hasta el mismo Plutón, que mientras tanto envejecía y naturalmente se iba haciendo un poco desapacible, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
      Una noche que entré en casa completamente borracho, me pareció que el gato evitaba mi vista. Lo agarré, pero, espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus dientes una herida muy leve. Mi alma pareció que abandonaba mi cuerpo, y una rabia más que diabólica, saturada de ginebra, penetró en cada fibra de mi ser. Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí, agarré al pobre animal por la garganta y deliberadamente le hice saltar un ojo de su órbita. Me avergüenzo, me consumo, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.
      Por la mañana, al recuperar la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté una sensacion mitad horror mitad remordimiento, por el crimen que había cometido; pero fue sólo un débil e inestable pensamiento, y el alma no sufrió las heridas.
      Persistí en mis excesos, y bien pronto ahogué en vino todo recuerdo de mi criminal acción.
      El gato sanó lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, en verdad, un aspecto horroroso, pero en adelante no pareció sufrir. Iba y venía por la casa, según su costumbre; pero huía de mí con indecible horror.
      Aún me quedaba lo bastante de mi benevolencia anterior para sentirme afligido por esta antipatía evidente de parte de un ser que tanto me había amado. Pero a este sentimiento bien pronto sucedió la irritación. Y entonces desarrollóse en mí, para mi postrera e irrevocable caída, el espíritu de la perversidad, del que la filosofía no hace mención. Con todo, tan seguro como existe mi alma, yo creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano; una de las facultades o sentimientos elementales que dirigen al carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido cien veces cometiendo una acción sucia o vil, por la sola razón de saber que no la debía cometer? ¿No tenemos una perpetua inclinación, no obstante la excelencia de nuestro juicio, a violar lo que es ley, sencillamente porque comprendemos que es ley? Este espíritu de perversidad, repito, causó mi ruina completa. El deseo ardiente, insondable del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar el Suplicio a que había condenado al inofensivo animal. Una mañana, a completa sangre fría, le puse un nudo corredizo alrededor del cuello y lo colgué de una rama de un árbol; lo ahorqué con los ojos arrasados en lágrimas, experimentando el más amargo remordimiento en el corazón; lo ahorqué porque me constaba que me había amado y porque sentía que no me hubiese dado ningún motivo de cólera; lo ahorqué porque sabía que haciendolo así cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía mi alma inmortal, al punto de colocarla, si tal cosa es posible, fuera de la misericordia infinita del Dios misericordioso y terrible.
      En la noche que siguió al día en que fue ejecutada esta cruel acción, fuí despertado a los gritos de «¡fuego!» Las cortinas de mi lecho estaban convertidas en llamas. Toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad escapamos del incendio mi mujer, un criado y yo. La destrucción fue completa. Se aniquiló toda mi fortuna, y entonces me entregué a la desesperación.
      No trato de establecer una relación de la causa con el efecto, entre la atrocidad y el desastre: estoy muy por encima de esta debilidad. Sólo doy cuenta de una cadena de hechos, y no quiero que falte ningún eslabón. El día siguiente al incendio visité las ruinas. Los muros se habían desplomado, exceptuando uno solo, y esta única excepción fue un tabique interior poco sólido, situado casi en la mitad de la casa, y contra el cual se apoyaba la cabecera de mi lecho. Dicha pared había escapado en gran parte a la acción del fuego, cosa que yo atribuí a que había sido recientemente renovada. En torno de este muro agrupábase una multitud de gente y muchas personas parecían examinar algo muy particular con minuciosa y viva atención. Las palabras «¡extraño!» «¡singular!» y otras expresiones semejantes excitaron mi curiosidad. Me aproximé y vi, a manera de un bajo relieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gato gigantesco. La imagen estaba estampada con una exactitud verdaderamente maravillosa.
      Había una cuerda alrededor del cuello del animal. Al momento de ver esta aparición, pues como a tal, en semejante circunstancia, no podía por menos de considerarla, mi asombro y mi temor fueron extraordinarios. Pero, al fin, la reflexión vino en mi ayuda. Recordé entonces que el gato había sido ahorcado en un jardín,contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín habría sido inmediatamente invadido por la multitud y el animal debió haber sido descolgado del árbol por alguno y arrojado en mi cuarto a través de una ventana abierta. Esto seguramente, había sido hecho con el fin de despertarme. La caída de los otros muros había aplastado a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido; la cal de este muro, combinada con las llamas y el amoníaco desprendido del cadáver, habrían formado la imagen, tal como yo la veía. Merced a este artificio logré satisfacer muy pronto a mi razón, mas no pude hacerlo tan rápidamente con mi conciencia, por que el suceso sorprendente que acabo de relatar, grabóse en mi imaginación de una manera profunda. Hasta pasados muchos meses no pude desembarazarme del espectro del gato, y durante este período envolvió mi alma un semisentimiento. muy semejante al remordimiento. Llegué hasta llorar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los tugurios miserables, que tanto frecuentaba habitualmente, otro favorito de la misma especie y de una figura parecida que lo reemplazara.
      Ocurrió que una noche que me hallaba sentado, medio aturdido, en una taberna más que infame, fue repentinamente solicitada mi atención hacia un objeto negro que reposaba en lo alto de uno de esos inmensos toneles de ginebra o ron que componían el principal ajuar de la sala. Hacía algunos momentos que miraba a lo alto de este tonel, y lo que mé sorprendía era no haber notado más pronto el objeto colocado encima. Me aproximé, tocándolo con la mano.
      Era un enorme gato, tan grande por lo menos como Plutón, e igual a él en todo, menos en una cosa. Plutón no tenía ni un pelo blanco en todo el cuerpo, mientras que éste tenía una salpicadura larga y blanca, de forma indecisa que le cubría casi toda la región del pecho.
      No bien lo hube acariciado cuando se levantó súbitamente, prorrumpió en continuado ronquido, se frotó contra mi mano y pareció muy contento de mi atención. Era, pues, el verdadero animal que yo buscaba. Al momento propuse, al dueño de la taberna comprarlo, pero éste no se dio por entendido: yo no lo conocía ni lo había visto nunca antes de aquel momento. Continué acariciándolo y, cuando me preparaba a regresar a mi casa, el animal se mostró dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, agachándome de vez en cuando para acariciarlo durante el camino.
      Cuando estuvo en mi casa, se encontró como en la suya, e hízose en seguida gran amigo de mi mujer. Por mi parte, bien pronto sentí nacer antipatía contra él. Era casualmente lo contrario de lo que yo había esperado; no sé cómo ni por qué sucedió esto: su empalagosa ternura me disgustaba, fatigándóme casi. Poco a poco, estos sentimientos de disgusto y fastidio convirtiéronse en odio.
Esquivaba su presencia; pero una especie de sensación de bochorno y el recuerdo de mi primer acto de crueldad me impidieron maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de golpearlo con violencia; llegué a tomarle un indecible horror, y a huir silenciosamente de su odiosa presencia, como de la peste.
      Seguramente lo que aumentó mi odio contra el animal fue el descubrimiento que hice en la mañana siguiente de haberlo traído a casa: lo mismo que Plutón, él también había sido privado de uno de sus ojos.
      Esta circunstancia hizo que mi mujer le tomase más cariño, pues, como ya he dicho, ella poseía en alto grado esta ternura de sentimientos que había sido mi rasgo característico y el manantial frecuente de mis más sencillos y puros placeres.
      No obstante, el cariño del gato hacia mí parecía acrecentarse en razón directa de mi aversión contra él. Con implacable tenacidad, que no podrá explicarse el lector, seguía mis pasos. Cada vez que me sentaba, acurrucábase bajo mi silla o saltaba sobre mis rodillas, cubriendome con sus repugnantes caricias.
      Si me levantaba para andar, se metía entre mis piernas y casi me hacía caer al suelo, o bien introduciendo sus largas y afiladas garras en mis vestidos, trepaba hasta mi pecho.
      En tales momentos, aunque hubiera deseado matarlo de un solo golpe, me contenía en parte por el recuerdo de mi primer crimen, pero principalmente debo confesarlo, por el terror que me causaba el animal.
      Este terror no era de ningún modo el espanto que produce la perspectiva de un mal físico, pero me sería muy difícil denominarlo de otro modo. Lo confieso abochornado. Sí; aun en este lugar de criminales, casi me avergüenzo al afirmar que el miedo y el horror que me inspiraba el animal se habían aumentado por una de las mayores fantasías que es posible concebir.
      Mi mujer habíame hecho notar más de una vez el carácter de la mancha blanca de que he hablado y en la que estribaba la única diferencia aparente entre el nuevo animal y el matado por mí. Seguramente recordará el lector que esta marca, aunque grande, estaba primitivarnente indefinida en su forma, pero lentamente, por grados imperceptibles, que mi razón se esforzó largo tiempo en considerar como imaginarios, había llegado a adquirir una rigurosa precisión en sus contornos. Presentaba la forma de un objeto que me estremezco sólo al nombrarlo: y ésto era lo que sobre todo me hacía mirar al monstruo con horror y repugnancia, y me habría impulsado a librarme de él, ni me hubiera atrevido: la imagen de una cosa horrible y siniestra, la imagen de la horca. ¡Oh lúgubre y terrible aparato, instrumento del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
      Y heme aquí convertido en un miserable, más allá de la miseria de la humanidad. Un animal inmundo, cuyo hermano yo había con desprecio destruido, una bestia bruta creando para mí —para mí, hombre formado a imagen del Altísimo—, un tan grande e intolerable infortunio. ¡Desde entonces no volví a disfrutar de reposo, ni de día ni de noche! Durante el día el animal no me dejaba ni un momento, y por la noche, a cada instante, cuando despertaba de mi sueño, lleno de angustia inexplicable, sentía el tibio aliento de la alimaña sobre mi rostro, y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que no podía sacudir, posado eternamente sobre mi corazón.
      Tales tormentos influyeron lo bastante para que lo poco de bueno que quedaba en mí desapareciera. Vinieron a ser mis íntimas preocupaciones los más sombríos y malvados pensamientos. La tristeza de mi carácter habitual se acrecentó hasta odiar todas las cosas y a toda la humanidad; y, no obstante, mi mujer no se quejaba nunca, ¡ay! ella era de ordinario el blanco de mis iras, la más paciente víctima de mis repentinas, frecuentes e indomables explosiones de una cólera a la cual me abandonaba ciegamente.
      Ocurrió, que un día que me acompañaba, para un quehacer doméstico, al sótano del viejo edificio donde nuestra pobreza nos obligaba a habitar, el gato me seguía por la pendiente escalera, y, en ese momento, me exasperó hasta la demencia. Enarbolé el hacha, y, olvidando en mi furor el temor pueril que hasta entonces contuviera mi mano, asesté al animal un golpe que habría sido mortal si le hubiese alcanzado como deseaba; pero el golpe fue evitado por la mano de mi mujer. Su intervención me produjo una rabia más que diabólica; desembaracé mi brazo del obstáculo y le hundí el hacha en el cráneo. Y sucumbió instantáneamente, sin exhalar un solo gemido mi desdicháda mujer.
      Consumado este horrible asesinato, traté de esconder el cuerpo.
Juzgué que no podía hacerlo desaparecer de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el riesgo de ser observado por los vecinos. Numerosos proyectos cruzaron por mi mente. Pensé primero en dividir el cadáver en pequeños trozos y destruirlos por medio del fuego. Discurrí luego cavar una fosa en el suelo del sótano. Pensé más tarde arrojarlo al pozo del patio: después meterlo en un cajón, como mercancía, en la forma acostumbrada, y encargar a un mandadero que lo llevase fuera de la casa. Finalmente, me detuve ante una idea que consideré la mejor de todas.
      Resolví emparedarlo en el sótano, como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas. En efecto, el sótano parecía muy adecuado para semejante operación. Los muros estaban construidos muy a la ligera, y recientemente habían sido cubiertos, en toda su extensión de una capa de mezcla, que la humedad había impedido que se endureciese.
      Por otra parte, en una de las paredes había un hueco, que era una falsa chimenea, o especie de hogar, que había sido enjabelgado como el resto del sótano. Supuse que me sería fácil quitar los ladrillos de este sitio, introducir el cuerpo y colocarlos de nuevo de manera que ningún ojo humano pudiera sospechar lo que allí se ocultaba. No salió fallido mi cálculo. Con ayuda de una palanqueta , quité con bastante facilidad los ladrillos, y habiendo colocado cuidadosamente el cuerpo contra el muro interior, lo sostuve en esta posición hasta que hube reconstituído, sin gran trabajo toda la obra de fábrica. Habiendo adquirido cal y arena con todas las precauciones imaginables, preparé un revoque que no se diferenciaba del antiguo y cubrí con él escrupulosamente el nuevo tabique. El muro no presentaba la más ligera señal de renovación.
      Hice desaparecer los escombros con el más prolijo esmero y expurgué el suelo, por decirlo así. Miré triunfalmente en torno mío, y me dije: «Aquí, a lo menos, mi trabajo no ha sido perdido».
      Lo primero que acudió a mi pensamiento fue buscar al gato, causa de tan gran desgracia, pues, al fin, había resuelto darle muerte. De haberle encontrado en aquel momento, su destino estaba decidido; pero, alarmado el sagaz animal por la violencia de mi reciente acción, no osaba presentarse ante mí en mi actual estado de ánimo.
      Sería tarea imposible describir o imaginar la profunda, la feliz sensación de consuelo que la ausencia del detestable animal produjo en mi corazón. No apareció en toda la noche, y por primera vez desde su entrada en mi casa, logré dormir con un sueño profundo y sosegado: sí, dormí, como un patriarca, no obstante tener el peso del crimen sobre el alma.
      Transcurrieron el segundo y el tercer día, sin que volviera mi verdugo. De nuevo respiré como hombre libre. El monstruo en su terror, había abandonado para siempre aquellos lugares. Me parecía que no lo volvería a ver. Mi dicha era inmensa. El remordimiento de mi tenebrosa acción no me inquietaba mucho. Instruyóse una especie de sumaria que fue sobreseída al instante. La indagación practicada no dio el menor resultado. Habían pasado cuatro días después del asesinato, cuando una porción de agentes de policía se presentaron inopinadamente en casa, y se procedió de nuevo a una prolija investigación. Como tenía plena confianza en la impermeabilidad del escondrijo, no experimenté zozobra. Los funcionarios me obligaron a acompañarlos en el registro, que fue minucioso en extremo. Por último, y por tercera o cuarta vez, descendieron al sótano. Mi corazón latía regularmente, como el de un hombre que confía en su inocencia. Recorrí de uno a otro extremo el sótano, crucé mis brazos sobre mi pecho y me paseé afectando tranquilidad de un lado para otro.
      La justicia estaba plenamente satisfecha, y se preparaba a marchar. Era tanta la alegría de mi corazón, que no podía contenerla. Me abrasaba el deseo de decir algo, aunque no fuese más que una palabra en señal de triunfo, y hacer indubitable la convicción acerca de mi inocencia.
      —Señores —dije, al fin, cuando la gente subía la escalera—, estoy satisfecho de haber desvanecido vuestras sospechas. Deseo a todos buena salud y un poco más de cortesía. Y de paso caballeros, vean aquí una casa singularmente bien construida (en mi ardiente deseo de decir alguna cosa, apenas sabía lo que hablaba). Yo puedo asegurar que ésta es una casa admirablemente hecha. Esos muros... ¿Van ustedes a marcharse, señores? Estas paredes están fabricadas sólidamente.
      Y entonces, con una audacia frenética, golpeé fuertemente con el bastón que tenía en la mano precisamente sobre la pared de tabique detrás del cual estaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
      ¡Ah! que al menos Dios me proteja y me libre de las garras del demonio. No se había extinguido aún el eco de mis golpes, cuando una voz surgió del fondo de la tumba: un quejido primero, débil y entrecortado como el sollozo de un niño, y que aumentó después de intensidad hasta convertirse en un grito prolongado, sonoro y continuo, anormal y antihumano, un aullido, un alarido a la vez de espanto y de triunfo, como solamente puede salir del infierno, como horrible armonía que brotase a la vez de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios regocijándose en sus padecimientos.
      Relatar mi estupor sería Insensato. Sentí agotarse mis fuerzas, y caí tambaleándome contra la pared opuesta. Durante un instante, los agentes, que estaban ya en la escalera, quedaron paralizados por el terror. Un momento después, una docena de brazos vigorosos caían demoledores sobre el muro, que vino a tierra en seguida.
      El cadáver, ya bastante descompuesto y cubierto de sangre cuajada, apareció rígido ante la vista de los espectadores. Encima de su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y el ojo único despidiendo fuego, estaba subida la abominable bestia, cuya malicia me había inducido al asesinato, y cuya voz acusadora me había entregado al verdugo...

      Al tiempo mismo de esconder a mi desgraciada víctima, había emparedado al monstruo. 



Lagarta 

              


¿Cómo Curar Una Resaca?

Consejos para sentirse mejor despues de una buena  borrachera    de fin de semana

El fin de semana muchos salen con los amigos a deleitarse con una cena y vino, o de unas bocas acompañadas de unas cervecitas. ¿Cierto? Existen muchos mitos y verdades acerca de cómo se cura una resaca o “goma”. ContigoSalud investigó las estrategias que hay que poner en práctica para disminuir y prevenir esta terrible goma.
Una resaca es la reacción del cuerpo cuando fue “intoxicado” con demasiado alcohol. El exceso de alcohol afecta el sistema nervioso y produce dolores de cabeza, mareos, nauseas, y a veces vómito o diarrea, al punto que podemos deshidratarnos. Además el sistema inmune se ve afectado, ya que el exceso de alcohol produce radicales libres, moléculas inestables que son dañinas en nuestro cuerpo.

Tome nota

En la fiesta
Irse a tomar tragos con el estómago vacío es un grave error. La clave está en comer unas horas antes de salir, con el fin de que el alcohol no se digiera tan rápido. La recomendación de parte de los especialistas es comer alimentos altos en grasa como un lomito con papa asada o una pizza. La grasa tarda más en digerirse que los carbohidratos.
¿Qué es mejor tomar?
Si analizamos todos los licores, es mejor que opte por licores claros como vodka, ron claro, ginebra o vino blanco, ya que contienen menos congéneres, que son sustancias que se producen durante la fermentación y generan inflamación, agravando la resaca. Por ejemplo, los taninos del vino tinto son un tipo de congéneres. En un estudio llevado a cabo en la Universidad de Brown en el 2009, se encontró que el vodka produce menos resaca que el whiskey.
¿Con qué ligar?
Según Dr. Mehmet Oz las gaseosas dietéticas producen vaciamiento gástrico más rápido que las que contienen azúcar, haciendo que el licor tenga un efecto más rápido. La cafeína tiende a disminuir el sentimiento de sentirse borracho, pero luego puede ser peor. En este caso puede ligar con un poco de jugo y soda, para así tampoco tomarse todas las calorías en azúcar.  Consuma un vaso de agua entre cada trago.
Los hombrestienen un mayor porcentaje de agua corporal, lo que ayuda a diluir el alcohol que consumen. Es por eso que ellos aguantan más licor en su torrente sanguíneo que las mujeres.
Antes de acostarse
Lo que vaya a comer antes de acostarse no tiene tanto impacto como lo que comió antes de empezar a beber. Consuma 2 vasos de agua antes de dormirse para evitar la deshidratación, que puede agravar los síntomas de la resaca. Además lávese las manos, dientes y la cara con el fin de eliminar las bacterias, ya que éstas también pueden empeorar los síntomas.
En el caso de los analgésicos, si se los toma antes de dormirse cuando se levante el efecto ya habrá pasado. Es mejor que los consuma en la mañana cuando se despierta. Evite tomar acetaminofén después de una noche de beber. El alcohol altera en funcionamiento del hígado, por lo que los medicamentos pueden aumentar la inflamación del hígado y provocar daños.
Al día siguiente
Desayune con huevos ya que contienen cisteína, una sustancia que ayuda a desinflamar. Otra buena opción son alimentos fuente de potasio como jugo de tomate, caldos claros o banano. No cometa el error de consumir más alcohol para disminuir la goma, se sentirá peor más tarde en el día. La cafeína del café y gaseosas deshidratan, así que esto empeora sus síntomas. Tome agua, leche, jugos o bebidas hidratantes.
¿El ejercicio ayuda a disminuir la goma?
No está comprobado que ayude, sin embargo hay personas que se sienten mejor luego de hacer algún tipo de ejercicio. Le recomendamos que haga ejercicios de leve impacto con el fin de no sobreponer al corazón, como yoga, Pilates, o caminar.
Recuerde que la recomendación de licor es de 1 trago para mujeres y 2 unidades para los hombres, por día. Consuma licor con moderación.

Como celebran los cumpleaños en otros países

ÁFRICA - En África se celebran ceremonias de iniciación para grupos de niños en vez de cumpleaños. Cuando los niños llegan a una cierta edad designada, aprenden las leyes, creencias, costumbres, canciones y bailes de sus tribus. 

cumpleaños 

ALEMANIA - En Alemania, en el pastel del cumpleañero hay tantas velas como los años cumplidos y una más para la buena suerte. Estas velas después de que el cumpleañero las sopla siguen quemadas durante todo el día; se dice que si la persona las apaga todas de un solo aliento su deseo se hará realidad, después de apagar las velas es que se desenvuelven los regalos y comienza la fiesta. 

paises 

BRASIL - En Brasil, el niño que cumpleaños recibe tirónes de oreja tantas veces como los años cumplidos. Al picar el pastel el cumpleañero le da la primera rebanada al familiar más especial para él. Las niñas cuando cumplen 15 años bailan el vals con su padre,su abuelo y 15 parejas más simbolizando una pareja por cada año de vida. 

costumbres 

CANADÁ El cumpleañero canadiense se ataca por sorpresa y se le engrasa la nariz con aceite para quede resbaladizo y que la mala suerte no se le pegue. En ciertas regiones de Canadá al cumpleañero se le da un golpe por cada año de vida y uno mas para la buena suerte. 

mundial 

CHINA En China, el cumpleañero saluda a sus padres y estos lo reciben con dinero. Se acostumbra cenar fideos en la celebración para desearle al cumpleañero una larga vida. 

Curiosidades sobre los Cumpleaños 

DINAMARCA - En Dinamarca, se iza una bandera en la ventana de la casa para señalar que alguien en esa casa está de cumpleaños. A la persona que cumpleaños le colocan los regalos alrededor de la cama para que se despierte y los abra. 



INGLATERRA - En Inglaterra es tradición mezclar objetos simbólicos en la masa del pastel como monedas, dijes, perlas o anillos. Ademas al cumpleañero lo alzan por los aires tantas veces como años cumpla, una mas para la suerte, dos veces mas para la buena suerte y otra para una larga vida; a este ritual se la llama ''Coco de viejo'' ( Old's coconut). 

cumpleaños 

GUYANA - Las comidas tradicionales llevan curry. Se hornea un pan de frutas especial para el cumpleañero y este debe llevar ropa de gala en la celebración. 



HOLANDA - Si la persona que cumpleaños en los años especiales, ( 5, 10, 15, 20, 21) se le llama '' Años de Corona'', la familia decora la casa de manera especial en esos años. Si el cumpleañero esta en la escuela, el le debe obsequiar comida a sus compañeros y a su profesor un sombrero hecho por él. 

costumbres 

INDIA - En India el cumpleañero se viste con ropas especiales muy coloridas y se hace un ritual en el que durante la cena, la persona baile mientras los invitados comen

ISRAEL - El cumpleañero se sienta en una silla y sus familiares y amigos lo suben y bajan tantas veces como los años cumplidos y una más para la buena suerte. 

pastel 

JAPÓN - En Japón el cumpleañero se viste con ropas completamente nuevas y antes de la celebración debe asistir a una ceremonia en el lugar sagrado local o Kirones. 

mundial 

NEPAL - En Nepal, se le coloca al niño una mezcla de yogurt, arroz y colorantes en la frente durante todo el día para la buena suerte. 

NUEVA ZELANDA - Cuando se esta cantando el Feliz Cumpleaños, los invitados deben aplaudir tantas veces como años cumpla el cumpleañero. 
FILIPINAS - En Filipinas se hornean pasteles de distintos tamaños, dejando el más grande para el cumpleañero. Se come fideos para la buena suerte y se visitan los templos para orar. 


¡¡¡¡¡Feliz cumple Gato !!!!!

Gracias por tu apoyo incondicional al blog, te deseamos mucha felicidad hoy y siempre

Este es un dia muy especial hoy hace medio siglo =P ok no, nacio el hombre mas maravilloso del universo, el que me hace feliz a cada segundo, gracias por todo.

De parte de tu amor Didi y todo el staff del nmlpndc



18- andale gato soplale ira esto esta bien divertido
gato- (inhala)
18- ffffffffffffffuuuuuuuuuuuuu!!!
gato- ggggg ñaaaaa :'( baleberga
18- poker face #fuckyeah ;P



En el siguiente gif podemos apreciar al cumpleñebrio Gato limpio sonriente por q le va a dar la mordida al "pastel" , al fondo la bellota le mueve el pastel mientras Leon lo empuja con harta enjundia, y enfrente el teleton esperando que caigan migajas para tragarselas o a ver quien no se come el betun y lamer los platos discretamente 

Y pensar que era una historia para niños desde el inicio

Caperucita roja, una historia de terror

Todos hemos leído el cuento y, además, seguro que nos lo han contado nuestros padres antes de quedarnos dormidos. Pero... ¿cuál de las versiones? Aunque podría haber precedentes (Fecunda ratis, de Egberto de Lieja, en el siglo XI), la versión original, transmitida por tradición oral en la región francesa del Loira, era más o menos así:

Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su abuela. Mientras la niña caminaba por el bosque, un lobo se le acercó y le preguntó adonde se dirigía.
– A la casa de mi abuela, le contestó.
– ¿Qué camino vas a tomar, el camino de las agujas o el de los alfileres?
– El camino de las agujas.
El lobo tomó el camino de los alfileres y llegó primero a la casa. Mató a la abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón. Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama. La niña tocó a la puerta.
 – Entra, hijita.
 – ¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche.
– Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena.
La pequeña niña comió así lo que se le ofrecía; mientras lo hacía, un gatito dijo:
 – ¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela!
 Después el lobo le dijo:
 – Desvístete y métete en la cama conmigo.
– ¿Dónde pongo mi delantal?
 – Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás.
Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba:
 – Tírala al fuego; nunca más la necesitarás.
Cuando la niña se metió en la cama, preguntó:
– Abuela, ¿por qué estás tan peluda?
– Para calentarme mejor, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes?
 – Para poder cargar mejor la leña, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes?
– Para rascarme mejor, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?
 - Para comerte mejor, hijita. Y el lobo se la comió.


Ahora la explicación al cuento original

Caperucita se encuentra con el lobo -el símbolo cristiano del diablo- y va a ver a su abuela por el camino difícil -el de las agujas-, mientras que el lobo va por el camino fácil -el de los alfileres- y llega antes. Un símbolo de la inminencia de la pubertad: llegada cierta edad, las niñas de la zona tenían que aprender a coser. También era un rito iniciático ancestral la confección de bollos y panes sagrados como ofrenda para los dioses (¿y también para los antepasados, los dioses manes, lares y penates?) y llevarlos en cestas durante las procesiones de los sacrificios. Pero en el cuento, el primer sacrificio es el de la abuela, una "antepasada". Y la iniciación de Caperucita es un ritual caníbal en el que consume la carne y la sangre de su abuela. Nada volverá a ser igual. En un segundo ritual, Caperucita se desnuda y quema cada prenda. Otro simbolismo de cambio, nunca más volverá a necesitar sus antiguas ropas, su anterior forma de ser y de sentir. Lo que va a suceder la cambiará para siempre. Cuando se mete en la cama con el lobo hace un nuevo descubrimiento. Nada en el cuerpo que ve es como esperaba que fuera. Algo va mal... Pero ya es demasiado tarde. No es una historia para advertir a los niños que en el bosque hay lobos que pueden devorarles. La niña pasa por dos rituales, el primero caníbal, el segundo sexual y es devorada en una cama. ¿Qué pasó en realidad en aquél bosque del Loira donde antes podían jugar los niños sin ningún temor? Debió ser algo tan horrible que generó una historia que había que contar a todos los niños, por su bien. O un único hecho espeluznante o una sucesión de crímenes terribles cuyas víctimas eran niñas de la zona.