viernes, 4 de octubre de 2013

Reflexiones sobre el comportamiento de un abogado.

Yo me pregunto –me decía confidencialmente un juez– si en tan extraña compostura de ciertos abogados en audiencia pública no se encontrará la misteriosa intervención de un medium. 
Los aludidos, cuando no visten la toga, son verdaderamente personas correctas y discretas que conocen perfectamente y practican todas las reglas de la buena educación. Detenerse en ellos en la calle a hablar del tiempo que hace es un delicioso placer; saben que no está bien levantar la voz en la conversación, se abstienen de emplear palabras enfáticas para expresar cosas sencillas, guárdanse de interrumpir la frase del interlocutor y de infligir el tormento de largos periodos; y cuando entran en una tienda a comprar una corbata o se sientan a charlar en un salón, no se ponen a dar puñetazos sobre el mostrador ni a señalar con el índice dirigiendo la mirada contra la señora de la casa que sirve el té.

Y, sin embargo, estas personas bien criadas, cuando informan, olvidan la urbanidad y el buen gusto. Con los cabellos desordenados y el rostro congestionado emiten una voz alterada y gutural que parece amplificada por las arcanas concavidades de otro mundo; emplean gestos y vocabulario que no son suyos, y hasta cambian (también he podido observarlo) la pronunciación habitual de ciertas consonantes. ¿Es preciso, pues, creer que caen, como suele decirse, in trance y que a través de su persona inerte habla el espíritu de algún charlatán de plaza huido del infierno?


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