viernes, 13 de diciembre de 2013

Zofilia en el cine

Hay días en los que hago mía aquella máxima, creo que era de Lord Byron, de que “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.
Ciertamente, el bichejo peludo es más noble, limpio, cariñoso y educado que muchos energúmenos con los que me topo por ahí, pero mi afecto por el can no llega a ciertos niveles sexuales que nos ha mostrado el cine.
Si no recuerdo mal (y evitando el porno bestialista y el anime nipón), éstos son algunos de ellos
 
 
 
En Uncle Boonmee recuerda…, la para algunos mejor película de 2010 y para muchos más un truñaco de muy señor mío, uno de los personajes, ataviado con un kimono, se despoja de su prenda y se introduce en las aguas de un lago delicioso rematado con cascada al fondo.
La dama en cuestión acaba teniendo un grato orgasmo con un pescado, que juguetea entre sus piernas.

 
Los perros dormidos mienten es una simpática y atípica comedia romántica más que sobre la zoofilia sobre la verdad, pero posee un giro de guión fundamental cuando la protagonista le confiesa a su prometido que una noche, mientras estudiaba en la universidad, le hizo una cariñosa felación a su chucho.
Se destapa así la caja de los truenos…
En la más que perturbadora Reflejos en un ojo dorado (que podéis disfrutar mañana aquí, en TCM) un joven soldado acude por las noches a las cuadras del cuartel, se desnuda y acaricia a un caballo. Luego cabalga sobre él y se adentran en el bosque, sin saber que su superior (un Marlon Brando pasado de kilos) le espia con deseo.
Algo parecido -y mucho más grave- es la relación de un joven con los equinos en Equus, versión de Sidney Lumet de la famosa obra de teatro.

Cortesía de Arenita

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