Las personas groseras (aquellas que ofenden a los demás con sus
palabras o con sus actos) se encuentran en todas partes. Pueden ser
jefes, compañeros de trabajo, dependientes de tiendas, vecinos y hasta
familiares. Casi todos cometemos alguna falta de consideración cuando
pasamos por momentos de estrés, pero la gente verdaderamente grosera es
muy distinta. Cuando se muestran insolentes, lo hacen con el ánimo de
causar dolor.
Si se topas con una persona abusiva que pretende intimidarte, no te
cruces de brazos. La pasividad no hace más que aumentar la saña del
agresor. La gente hostil anda en busca de victimas sumisas. Para meterla
en cintura, demuestra seguridad en ti mismo.
“Lo cortés no quita lo valiente”. Podemos evitar cortésmente que
atropellen nuestros derechos y en la mayoría de los casos, es como
debemos proceder. Sin embargo, pocas personas saben cómo hacerlo. He
aquí cinco estrategias que te ayudarán a salir airoso de tus encuentros
con gente grosera.
Aborda al agresor de frente. Es recomendable que te
asegures primero de que el comportamiento descortés es una costumbre y
no un hecho aislado. Después habla francamente con el agresor: explícale
en que falta ha incurrido, las consecuencias que sus actos te han
acarreado y los cambios que esperas en él. Si estas medidas fallan,
puedes llevar el asunto más lejos. Casi todo el mundo tiene un jefe, si
la persona grosera no corrige su actitud, acude a su superior.
Sea diplomático. La confrontación directa es un
recurso valioso, pero existen estrategias más sutiles. La esencia de la
diplomacia consiste en brindar al adversario la oportunidad de transigir
sin que se sienta humillado. Supongamos que estás aguardando tu turno
en la fila del supermercado y un cliente se mete delante de ti. Podrías
quedarte como si nada, pero eso te producirá resentimiento. Podrías
poner el grito en el cielo, pero la otra persona quizás reacciones de
igual manera. Así pues, la mejor opción es decirle “disculpe, el final
de la fila está allá atrás”. Esta amable reconvención indicará que estás molesto y a la vez darás
pie para que el desorientado rectifique su actitud sin sentirse
avergonzado. No obstante, si el individuo persiste en su conducta, más
vale olvidar el asunto. A veces la persona agresiva no pretende hacer daño, pero aún si tiene malas intenciones, la diplomacia puede ser de utilidad. Pongamos otro ejemplo. Supongamos que te enteras que un compañero de
trabajo ha hecho un comentario desfavorable con respecto a ti. Te
diriges a él de inmediato y le preguntas “ ¿Hice algo que te molestara o
es sólo que hoy estás de mal humor?” Así, el objetivo de tu pregunta será darle la oportunidad de recapacitar sobre las consecuencias de su actitud.
Ten sentido del humor. Si se usa con delicadeza, el
humor puede desarmar incluso a la gente más malévola. Sin embargo, el
sarcasmo siempre es contraproducente, no hace más que acalorar los
ánimos, pero un comentario gracioso a propósito de la situación puede
dar magníficos resultados.
Desiste. Si todos los recursos han fallado, sal de
esa situación. Renuncia a tu empleo o sal de la tienda sin haber
comprado lo que deseabas. Es una medida extrema, pero no hay que
descartarla.
Indulgencia. En ciertos casos, la mejor alternativa consiste en sobrellevar la situación con paciencia. El alentador sabe que la gente grosera con frecuencia recibe su
merecido. En el mundo de los negocios, generalmente sucede que las
personas acometedoras prosperan, mientras que los jefes arbitrarios caen
en desgracia tarde o temprano. Armado de paciencia y de una estrategia,
triunfarás sobre tus adversarios insolentes dondequiera que te
encuentres.
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