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jueves, 27 de agosto de 2015

El caso de Tamara Samsonova, la abuela que asesinó y desmembró a 11 personas

La policía encontró en su hogar un diario personal (escrito en ruso, inglés y alemán) donde la mujer relata haber asesinado y desmembrado al menos a 10 personas.

Está sí que es una historia de terror. Tamara Samsonova, una rusa de 68 años señalada de asesinar y desmembrar a por lo menos 11 personas fue capturada el pasado mes de julio luego de que la policía hallara en las calles de San Petersburgo bultos en los que había partes de cuerpos que había despedazado. Conocida ya como "la abuela destripadora", Samsonova fue detenida después de matar a Valentina Ulanova, una mujer de 79 años que era su vecina y de la cual "estaba cansada", por lo que la envenenó y descuartizó. 

Los restos de la víctima fueron encontrados en las afueras de la ciudad poco tiempo después de que ambas protagonizaran una discusión. Pero Tamara no se habría dejado descubrir tan fácil, pues arrastró el cuerpo hasta el baño para envolver las extremidades en la cortina de la ducha que introdujo en bolsas de plástico que después tiraba en varios puntos. Las cámaras de seguridad de la vivienda registraron algunas ocasiones en las que la abuela cargaba bolsas negras hasta la salida y usaba un impermeable. Dichas bolsas, según las autoridades, se tratan de partes de cuerpos y la cabeza de Valentina Ulanova.

La policía encontró en su hogar un diario personal (escrito en ruso, inglés y alemán) donde la mujer relata haber asesinado y desmembrado al menos a 10 personas. Los casos datan de hace más de una década. Además, las autoridades encontraron en su casa libros de magia negra y astrología. El esposo de Tamara desapareció en 2005 y hasta el momento no ha sido encontrado, por lo que este hecho también volverá a ser materia de investigación ahora que la detuvieron.

Al ser capturada, la actitud de la anciana fue de despreocupación; ante las cámaras de la prensa lanzó un beso. Luego, cuando el juez Roman Chebotaryov le pidió que se dirigiera a la corte, ella respondió: “Me estoy sofocando aquí, ¿puedo salir?” Posteriormente le preguntaron: “Me piden que la arreste, ¿qué piensa de eso?”. Y ella respondió: “Usted decide, su señoría. Después de todo, yo soy culpable y merezco un castigo”.

 

 

jueves, 18 de septiembre de 2014

Juana Barraza Samperio "La mataviejitas" (Segunda parte)

Ana María de los Reyes Alfaro de 82 años de edad, tuvo el "dudoso honor" de ser la última víctima mortal de Juana Barraza "La Mataviejitas". 

Nuestra protagonista de hoy fue sorprendida por unos vecinos, que llamaron a la policía, y no pudo escapar del lugar, y fue detenida al instante.

Todo México quedó sorprendido, cuando descubrieron que en realidad la detenida era una mujer y no un hombre como se había pensado desde hacía mucho tiempo.

Es evidente que no solo el modus operandi podía llevar a confusión, si no sus rasgos faciales que más bien se asemejan a los de un hombre que no a los de una mujer, además de tratarse de una persona muy corpulenta, atípico esto en la mayoría de mujeres que viven en México.

Foto real de la escena del crimen de su última víctima
Después de la detención de Juana Barraza, Feggy Ostrosky-Solís, directora del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiológica de la Facultad de Psicología de la UNAM, le practicó durante siete días una serie de estudios psicológicos. Ella y su equipo, le pusieron varias imágenes para registrar la variación sensorial de Juana, mostrando en ello, pequeñas variaciones entre imágenes desagradables,  agradables y neutras. Feggy entrevistó, analizó y escuchó a Juana, diagnosticándole un comportamiento psicópata, característico en los asesinos seriales. Feggy explicó: Juana suele mentir, pues aunque la medición de sus ondas cerebrales reflejaban poca sensibilidad ante la serie de imágenes que le mostraron, ella mencionaba lo contrario. “Le enseñamos la imagen de un bote de basura que a la mayoría de las personas no les representa ningún sentimiento; sin embargo, ella nos decía que sentía algo agradable y al observar a una mujer a la que iban a asesinar, sus ondas cerebrales casi eran muy similares a las anteriores”, revela la especialista. Incluso, durante las sesiones mostró una leve sonrisa, la misma que tuvo después de su captura, cuando mostró a policías judiciales la manera en que asesinaba a sus víctimas. Juana Barraza antes de ser juzgada, declaró haber matado a Ana María y a otras 3 mujeres más, pero negó todos los cargos restantes.


Lista de casos de asesinatos de mujeres de la tercera edad
Ante los periodistas que le preguntaban el motivo por el cual había cometido dichas brutalidades dignas de una perturbada mental, ella comentó "Ustedes sabrán por qué lo hice cuando lo lean de mi declaración ministerial". Fue juzgada y encontrada culpable de al menos 20 delitos de asesinato, y condenada a la pena de cárcel de 759 años y 17 días.
 
Actualmente cumple condena en la prisión mexicana de Santa Martha Acatitla.
 
 
 
 
 
Cortesia de Bellota
 

viernes, 12 de septiembre de 2014

Juana Barraza Samperio: La MataViejitas (Parte 1)

Y seguimos con las asesinas en serie:
NOMBRE: Juana Barraza Samperio

PAÍS: México

FECHA DE NACIMIENTO: 27 de diciembre de 1958

FECHA DE FALLECIMIENTO: Actualmente viva

APODOS: La Mataviejitas; La Dama del Silencio

NÚMERO DE VÍCTIMAS: Aproximadamente 20

CARGOS JUDICIALES: Múltiples delitos de asesinato

CONDENA: 759 años y 17 días de cárcel

Juana Barraza Samperio vio la luz por primera vez a las 08:30 horas de la mañana del 27 de diciembre del año 1958. El lugar que la vio nacer fue el pueblo de Epazoyucan, en México.


Sus padres nunca se casaron y vivieron durante cinco años juntos, criando a la pequeña Juanita. Lo que hemos comentado anteriormente sobre "criando" es un decir, y ahora entenderás el porqué. Desde pequeñita cuando tenía apenas 10 años, fue víctima de violaciones sexuales múltiples y abusos varios por parte de "personas" mayores de edad, y es que resulta que su madre (Justa Samperio), era una borracha empedernida, pero con una situación económica muy precaria, por lo que para poder sufragar el vicio del alcoholismo, no se le ocurrió una mejor idea, que la de vender el cuerpo de su pequeña Juanita, para de este modo poder cubrir el gasto de consumo de cerveza masivo. La pequeña fue sometida a unas violaciones atroces, cada vez que Justa se quedaba sin suministro para adquirir los botellines de cerveza.

Una vez más estamos ante el típico perfil de psicokiller, que en su infancia las pasó canutas. Aunque como siempre decimos y siempre mantendremos, nunca justificaremos los asesinatos cometidos por estos monstruos, a pesar de que todos los actos tuvieran un origen, digámoslo así, muy desagradable.

Con el paso de los años y a medida que Juana iba creciendo, una y otra vez venían a su cabeza aquellas escenas horribles por las cuales pasó, teniendo que mantener relaciones sexuales con hombres mayores y malolientes, siendo tan solo una niña.

Esto le fue acarreando un trauma de proporciones dantescas, que sumado al fallecimiento de su gran baluarte en la vida, su hijo de 24 años, el cual murió vilmente apaleado en plena calle como si de un perro se tratara, convirtieron su vida en un tormento por el cual buscó una salida, pero la misma lógicamente fue la peor decisión que pudo tomar.

Pero antes de explicar su modus operandi, y sus atroces crímenes, vamos a hablar un poco más de la vida de nuestra protagonista de hoy en la web.


Ella nunca fue enfermera ni doctora ni nada parecido, aunque bien es cierto que esto fue uno de sus grandes sueños cuando era una adolescente, convertirse algún día en una popular enfermera. Dado su interés en la materia, adquirió algunos interesantes conocimientos en medicina. Paralelamente a este sueño, se buscó la vida en algo poco común para una mujer, como lo es el hecho de ser una profesional de la lucha libre. Con el nombre de guerra de "La Dama del Silencio", participó en algunos campeonatos importantes, sin ser nunca una luchadora reconocida a nivel nacional en México.

Tiempo después, dedicó su vida a vender por las calles palomitas de maíz.  Sin embargo Juana ya había echado el ojo a una particular devoción hacia la conocida en México como "La Santa Muerte", una popular figura que está presente en México, y que personifica la muerte y además se trata de un emblema de objeto de culto. De la noche a la mañana, Juana comenzó a asesinar, actos que duraron desde entrados los años 90 hasta el año 2006, cuando fue detenida y puesta a disposición judicial. Las autoridades mexicanas, se quedaron asombradas, al descubrir la cantidad de tiempo que esta mujer llevaba actuando, sin ser descubierta, algo que la convirtió sin duda en una de las asesinas más temidas de la historia de la crónica negra de México. Las más de 20 víctimas mortales que se calculan fallecieron a manos de Juana, eran todas ellas ancianas. La mayoría de ellas estaban solas, en el momento de los crímenes. Por eso precisamente, muchas mujeres de la tercera edad, tienen ese auténtico pavor de quedarse solas en sus casas, por miedo a que en algún momento algún ser como Juana Barraza, se adentre en sus domicilios para dar fin a sus vidas.

La forma de actuar que tenía esta tipa, era la de golpear con fuerza los cráneos de las ancianitas, o asestar cortes con objetos punzantes, o incluso en alguna ocasión la estrangulación directa. A todas sus víctimas, les robaba las pertenencias que se encontraban en sus respectivos domicilios, por lo que además de disfrutar asesinando a esas pobres mujeres, tampoco iba a dejar pasar la oportunidad de apropiarse de lo ajeno. Como particularidad de ella, siempre que asesinaba vestía de rojo, era como un ritual para ella, daba igual que fuese una camiseta de tirantes roja, o un abrigo de dicho color, el caso era llevar el color rojo como el dominante en su vestimenta, probablemente emulando el color de la sangre de sus víctimas, las cuales se desangraban como cerdos, ante su mirada perdida y carente de toda humanidad. Por si fuera poco lo que Juana le hacía a las mujeres mayores, en algunos casos, se encontraron evidencias de abusos sexuales a los cadáveres, o antes de ser cadáveres, por lo que esta asesina actuaba sin ningún tipo de escrúpulos, y con un desprecio repugnante hacia la vida de estas mujeres de avanzada edad.

Cortesía de Bellota

jueves, 11 de septiembre de 2014

Claudia Mijangos: La Hiena de Queretaro (Segunda Parte)

El primero en ser atacado y el primero en morir fue Alfredo Antonio, el niño más pequeño, quien fue agredido mientras dormía en su cama. Claudia Mijangos se apoyó sobre la cama del niño, lo tomó de la mano izquierda y a nivel de la articulación de la muñeca, le ocasionó la primera herida. El niño, al sentirse herido, realizó un movimiento instintivo de protección, pero su madre siguió cortando; lo hizo con tal frenesí que le amputó por completo la mano izquierda. El niño gritaba de dolor y terror. Su madre le trató de cortar entonces la mano derecha; casi consiguió arrancársela también. Después le propinó una serie de cuchilladas hasta matarlo; ya muerto, siguió hundiendo el cuchillo muchas veces más.

La recámara de Alfredo
Claudia Mijangos cambió de cuchillo; había decidido utilizar uno diferente con cada uno de sus hijos. La segunda en ser atacada fue Claudia María, de once años, quien fue apuñalada seis veces. Herida de muerte y con los pulmones perforados, la niña aún alcanzó a salir del cuarto tratando de protegerse. “¡No mamá, no mamá, no lo hagas!”, gritaba. Los alaridos de dolor y desesperación fueron tan fuertes, que los vecinos se despertaron. Pero decidieron no intervenir. Claudia tomó entonces el tercer cuchillo y apuñaló en el corazón a su hija menor Ana Belén, de nueve años, quien no opuso mucha resistencia.

La recámara de las niñas

Después bajó las escaleras corriendo en busca de la agonizante Claudia María, quien se había desmayado, boca arriba, sobre el piso que dividía la sala del comedor. Volvió a apuñalarla. Luego la arrastró hacia la planta alta y colocó su cuerpo inerte en la recámara principal, junto con sus hermanos. Los apiló sobre la cama King Size como si fueran leños, uno encima del otro, y los cubrió con una colcha de color naranja con adornos blancos. Limpió dos de los cuchillos, tomó el tercero y se hizo cortes en las muñecas y en el pecho, tratando de suicidarse. Verónica Vázquez, amiga de Claudia, llegó por la mañana. Tocó y le abrió Claudia, con la ropa empapada de sangre y la mirada extraviada. Verónica entró a la casa, pues supuso que su amiga había sido atacada. Luego vio los cadáveres. Claudia desvariaba, diciendo que los niños se habían llenado de ketchup. Verónica salió huyendo; el olor de la sangre era insoportable. Llamó a la policía de inmediato. Cuando los agentes llegaron, ingresaron a la fuerza. El interior de la casa parecía el escenario de una película de horror. El piso de la sala y las escaleras que iban hacia la planta alta estaban manchados de sangre, al igual que el pasillo entre la recámara principal, la recámara del pequeño Alfredo, la recámara de las niñas y el baño.

La casa, la noche del crimen
A un lado de los niños estaba el cuerpo de Claudia. Su ropa también estaba manchada de sangre. Tenía los ojos entreabiertos. En la esquina de la recámara, sobre un sillón, había dos cuchillos de cocina, uno de 41 centímetros y el otro de 33 centímetros, ambos con cachas de madera en color café, limpios. Un tercer cuchillo, de 31 centímetros, se halló en la recámara de las hermanas Claudia María y Ana Belén, caído sobre la alfombra y lleno de sangre desde la junta hacia la parte media de la hoja.

El sillón con los cuchillos
Los policías pensaron que la mujer también estaba muerta, pero el comandante Adolfo Durán Aguilar le buscó el pulso en el cuello y descubrió que todavía estaba viva. Llamaron a la Cruz Roja; la trasladaron al Hospital del Seguro Social, situado en la avenida 5 de Febrero esquina con Zaragoza. “Mis niños están dormidos en la casa”, declaró Claudia Mijangos cuando despertó en el hospital, ante las preguntas de la agente del Ministerio Público Investigador, Sara Feregrino Feregrino. “Yo quiero mucho a mis hijos, son niños muy buenos y no son traviesos”. La asesina estaba sedada y amarrada de pies y manos. Se le tomó su primera declaración el 27 de abril de 1989 a las 11:30 horas, tres días después de que masacrara a sus tres hijos.

Los cadáveres
Luego añadió más cosas, responsabilizando del crimen al sacerdote al que supuestamente amaba: “El padre Ramón me hablaba telepáticamente, él influyó para que me divorciara, pero como mi madre era un freno moral para que me uniera a él, el padre Ramón con maleficios mató a mi madre, como me sigue trabajando mentalmente para poseerme y también mi marido quiere regresar conmigo y me trabaja mentalmente, fue tanta la presión que me descontrolé”. Después, cambió su declaración y dijo que no se acordaba de nada, que la había despertado su amiga que tocaba a la puerta de su casa y que después la habían trasladado al hospital. Hablaba de sus hijos como si estuvieran vivos.

El vestido de Claudia Mijangos, empapado en sangre


Cortesía de Bellota

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Claudia Mijangos: La hiena de Queretaro (Primera Parte)

“Recargada en una reja que da hacia la celda del ala psiquiátrica, Claudia Mijangos está pensativa. Su mirada es fría y un tanto perdida, pero no lo suficiente como para dejar ver un aire de melancolía”.


Claudia Mijangos Arzac nació en Mazatlán, Sinaloa (México) en 1956. Su infancia y adolescencia fueron felices, no sufrió maltratos y tuvo sus necesidades materiales y afectivas resueltas. Estudió la Carrera de Comercio. Cuando era una jovencita, fue elegida Reina de Belleza en Mazatlán. Al morir sus padres, le dejaron una cuantiosa herencia. Poco tiempo después se casó y se trasladó a vivir a Querétaro con su esposo, Alfredo Castaños Gutiérrez, a la calle Hacienda Vegil nº 408, Colonia Jardines de la Hacienda.

Claudia Mijangos el día de su boda
Él era un empleado bancario, ocho años mayor que ella. En su nueva ciudad montó una exclusiva tienda de ropa en el Pasaje de la Llata, donde algunas de las mujeres más prominentes de Querétaro compraron sus vestidos. De formación católica, Claudia Mijangos fue maestra de Catecismo, Ética y Religión en el Colegio “Fray Luis de León”, donde estudiaban sus tres hijos: Claudia María, de once años; Ana Belén, de nueve; y Alfredo Antonio, de seis.

La casa de Claudia Mijangos
Pero Claudia comenzó a mostrar fuertes problemas psicológicos, a tal grado que el matrimonio pronto se volvió insostenible. Ella y su esposo se divorciaron y Claudia se quedó con la custodia de sus tres hijos. Siguió al frente de su tienda de ropa y dando sus clases de religión, pero la gente que la rodeaba pronto notó que los disturbios emocionales de aquella mujer se iban acentuando. En la escuela donde sus hijos estudiaban, daba clases un joven sacerdote, el padre Ramón. Claudia se obsesionó con él; muchos afirmaban que eran amantes, aunque otros negaban tal versión. Él y otro cura, el padre Rigoberto, hablaban constantemente con ella.

Claudia con su esposo, Alfredo Castaños Gutiérrez
Durante varios días, Claudia había escuchado voces extrañas. No quiso comentárselo a su ex esposo, pues él siempre había afirmado que “estaba loca”. El 23 de abril de 1989, Alfredo Castaños se llevó a sus hijos a una kermesse de la escuela. Cuando llevó a los niños de regreso, tuvo una fuerte discusión con Claudia. Sabía el asunto del sacerdote y además quería regresar con su ex esposa. Ella se negó; defendió sus sentimientos hacia el cura y su ex esposo, muy enojado, le dijo que “se iba a arrepentir”. Luego se fue. Claudia cerró la puerta y echó llave. Subió a darle la bendición a sus hijos y fue a acostarse. Unas horas después, el 24 de abril de 1989, aproximadamente a las 05:00 horas, cuando aún faltaba un buen rato para que amaneciera, Claudia Mijangos se despertó. Las voces en su cabeza eran tan fuertes que habían interrumpido su sueño. Le decían que Mazatlán había desaparecido y que “todo Querétaro era espíritu”. Estuvo un rato escuchándolas, tratando de decidir si eran reales o no. Después se levantó y se vistió completamente. Fue a la cocina y tomó tres cuchillos. Sus hijos aún dormían tranquilamente, pero Claudia había decidido matarlos.

 
El mueble donde guardaba los cuchillos

Los policías pensaron que la mujer también estaba muerta, pero el comandante Adolfo Durán Aguilar le buscó el pulso en el cuello y descubrió que todavía estaba viva. Llamaron a la Cruz Roja; la trasladaron al Hospital del Seguro Social, situado en la avenida 5 de Febrero esquina con Zaragoza. “Mis niños están dormidos en la casa”, declaró Claudia Mijangos cuando despertó en el hospital, ante las preguntas de la agente del Ministerio Público Investigador, Sara Feregrino Feregrino. “Yo quiero mucho a mis hijos, son niños muy buenos y no son traviesos”. La asesina estaba sedada y amarrada de pies y manos. Se le tomó su primera declaración el 27 de abril de 1989 a las 11:30 horas, tres días después de que masacrara a sus tres hijos.

Cortesía de Bellota