Muy
conocidas en el ambiente científico, las células HeLa pueden considerarse la primera línea de células humanas inmortales. Llevan
más de 50 años sirviendo de fuente de investigación en el campo médico y siguen
tan frescas como el primer día. Entendiendo siempre lo que significa “ser
inmortal” para una célula. Vamos a conocer a estas desafiantes muestras de la
biología imperecedera y de la triste historia humana que hay detrás.
Se
llamaba Henrietta Lacks.
Nació el 1 de agosto de 1920 en Roanoke, Virginia (EEUU). De raza negra, esta
mujer eligió una mala época para venir al mundo, pero tras una ajetreada vida,
encontró un buen marido y una numerosa familia. Había logrado alcanzar una
situación estable y las cosas parecían marcharle bien, hasta que le comunicaron la terrible
noticia: cáncer de útero terminal. El tumor era tan maligno que su progreso
dejó atónitos a los médicos y a Henrietta, con ocho meses de vida. Se
intentaron todo tipo de terapias, pero con 31 años de edad y
cinco hijos, tres de ellos aún en la cuna, Henrietta moría en el hospital Jonh
Hopkins el 4 de octubre de 1951. Esta, que podría ser una historia de lo mas
común, se vuelve un hito cuando el joven médico George Gey se hace con un cultivo de las resistentes células extraídas del tumor de
Henrietta y declara a los medios de comunicación que tiene en sus manos el
cultivo continuo de un tejido tumoral humano, la primera línea celular inmortal
de la historia. Gey y Henrietta ni siquiera habían llegado a conocerse. El
material biológico perteneciente a la fallecida había pasado a manos de los
médicos que la trataban y de éstos, a las probetas de Gey. Las observaciones de
estas muestras celulares les habían llevado a una conclusión sorprendente: eran
inmortales.
Gey las
bautizó como células HeLa,
en principio creyendo que provenían de una mujer llamada Helen Lane, pero no
fue hasta 20 años mas tarde cuando se supo que en realidad partían de una
ciudadana negra pobre que había fallecido en 1950. Gracias a las
investigaciones de Gey, estas células se conocieron en todo el mundo. Su
particular característica las hacía muy atractivas para la investigación
médica. No se conocía ningún tipo de célula que pudiera sobrevivir fuera del
soporte vital humano y que, además, se multiplicara indefinidamente. Recordemos
que las células normales se dividen hasta el llamado “límite de Hayflick”
que en las células humanas es de unas cincuenta veces, pero las células HeLa se lo saltan a la torera. En
cierto sentido, son inmortales. No
envejecen. Mientras se les proporcione el entorno adecuado siguen creciendo y dividiéndose siempre que tengan
nutrientes, oxígeno, espacio y algún medio de deshacerse de sus residuos. De
hecho, decenas de laboratorios hoy día siguen trabajando con esta línea de
células que partieron del tumor original hace ya 50 años. Las HeLa, además de
poseer esta característica de multiplicarse eternamente, también presentan una resistencia inusual. Se dividen en 24
horas y doblan su número tan rápidamente que sorprenden. Son tan agresivas que
pueden contaminar un cultivo cualquiera con una sola célula HeLa.
Hoy los
investigadores sospechan que su crecimiento agresivo y su resistencia a la
apoptosis se deben principalmente a una combinación de papilomavirus 18 que produce una
proteína que degrada p53 sin mutarla, y de alteraciones varias en los
cromosomas 1, 3, 5 y 6. Pero nadie sabe aún exactamente por qué las HeLa poseen
estas características de supervivientes natas, sin permiso de la naturaleza.
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